miércoles, 26 de diciembre de 2012

La vida es sueño

 

sueños

Se despertó. Eran las siete y se levantó. Entraba a las nueve y había un buen trecho hasta la oficina. Después del desayuno frugal, salió camino del autobús.

Llegó pronto, eran las nueve menos diez. Y, asombrado, se encontró con la oficina cerrada. No era normal. Siempre había gente que venía antes. Además, el conserje entraba a las ocho. Decidió bajar al portal y esperar.

Después de veinte minutos, llamó a Laura, a Jesús, a Luisa, a todos los teléfonos de compañeros que tenía. Ninguno contestó. Siguió esperando, eran ya las diez y no sabía qué hacer, cuando a lo lejos vio que venía su jefe.

--Horacio, ¿qué hace aquí?

--Que, ¿qué hago aquí? Lo de siempre, he venido a trabajar.

--Pero, si hemos cerrado, yo mismo se lo comuniqué ayer y le di el finiquito.

Se quedó en blanco, sin decir nada, anonadado por la noticia.

En ese momento sonó el despertador. Se había vuelto a dormir. Encharcado en sudor y con desasosiego miró el reloj. Eran ya las ocho y cuarto, hoy por primera vez llegaría tarde a la oficina. Una pesadilla tremenda, pero una pesadilla, ¡menos mal!

En la mesilla de noche todavía quedaba la causa de su sueño. Un libro, “La vida es sueño”, que le había tenido despierto, leyéndolo, hasta las tantas.

No hay nada más peligroso que soñar soñando, pensó.

 

Más sueños en casa de Teresa

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Juntando letras: un placer

juntando letras

El amigo Gustavo nos ha puesto como tarea juevera de esta semana, escribir sobre el título del blog. Y así lo he hecho.

Qerida familia:

Esta es mi primera carta. Lo e consegido. Se que no esta bien escrita pero perdonarme. Nunca abia escrito ninguna. Y aora me doi cuenta de lo qe me e perdido.

Es un placer poder guntar letras para decir algo. Un placer qe no abia tenido ocasion de conocer. Al final e podido consegirlo y malegro. Mayudado mi amigo Nico qes maestro y a tenido mucha paziencia.

E aprendido para despedirme. Por que esta es mi primera y mi ultima carta. A penas os veo y no queria irme sin deciros a dios. Vosotros fuisteis todo para mi y queria deciroslo y daros las gracias.

A mis ochenta y cinco añios me a costado aprender pero lo e conseguido. Antes de morir, os puedo degar por escrito algo que no borrara el tiempo: Os qiero mucho a todos. Gracias por aberme soportado.

Aurelia

Esta carta fue encontrada en la mesilla de una habitación de un asilo, cuando Doña Aurelia, así la conocían todos, acababa de morir. En el sobre, ponía a quién iba dirigido:

A mis ijos, a los qe no veo desde ace añios

Más relatos sobre los títulos de los blogs jueveros en casa de Gustavo, alias Juliano el Apóstata

jueves, 13 de diciembre de 2012

¡Se vende!

 

Se vende

Siguiendo la consigna de este jueves, este relato ha sido escrito a cuatro manos, Rafa y Gaby, uniendo orillas e imaginación.

 

"Están vendiendo el amor y la alegría

lo anuncian con luces de mercurio

y una música miente

la fabulosa leyenda

de lo eterno.

He de entrar,

y si queda aún, me llevaré

un metro de amor y un par de risas"

(Jorge Arbeleche)

 

No sabía bien si por ingenuidad o necesidad, seguía buscando esa tienda milagrosa donde se compra lo inmaterial. Nada de artefactos ni tecnicismos, nada manual ni artesanal, a veces es el alma la que precisa ser obsequiada con un puñado de razones y un retazo de aliento, y si es posible, con aire del mar.

Las calles tan grises, iban cobrando matices de la tarde -una tarde que se desprendía del cielo con destellos y fulgores. El andar cansino parecía teñirse de cierto optimismo y la mirada se iba reanimando al dejarse llevar por las vidrieras de los comercios, presintiendo tal vez, que llegaría al dichoso escaparate que pusiera fin a mi búsqueda. Y allí le vi... con el cartel de "SE VENDE"...  Sin dudas hay emociones que no tienen precio.

Tuve un momento de dudas. Me encontraba parado en la puerta. Mis piernas estaban totalmente inmóviles, mi cerebro no era capaz de ordenar qué debían hacer.

Conseguí entrar a duras penas. Y pude ver lo que allá había. A un lado, ánforas blancas con carteles pequeños donde se podía leer: Paciencia, Emoción, Amor, Solidaridad, Felicidad. Al otro, vasijas anchas de color negro con rótulos chicos: Envidia, Odio, Desesperación, Desventura, Egoísmo.

Y al fondo un mostrador con un dependiente. Me acerqué y le pregunté el precio.

Todo costaba lo mismo, un gramo valía un día de vida, pero la compra de cualquier elemento de las ánforas blancas llevaba consigo, obligatoriamente, la misma cantidad de las vasijas negras. Esa era la oferta explicaba el empleado. Una venta justa, me dijo.

Siempre recordaré ese sueño. Me hizo comprender tantas cosas…

Rafa y Gaby

Otros relatos “se vende” a cuatro manos en casa de San

jueves, 29 de noviembre de 2012

A la luz de una vela

luz de vela

Era un fiesta espléndida. Había gente de toda clase y condición. Seríamos unas cuarenta personas. Sonaba música de los noventa, rock de los noventa. Yo había bailado toda la tarde y, cansado, me senté en un sofá. A mi lado había una mujer rubia, preciosa, que me saludó y me miró fijamente.

Fue entonces cuando se fue la luz. No me extrañó. Había una tormenta fuera y se podían escuchar los truenos. Una casa de campo es frágil, la luz se va fácilmente. Así es como la casa se quedó a oscuras.

Noté que me acariciaba la mano. Suave y con cariño. Luego se acercó, rozándome con sus piernas. La quise imaginar. Apenas la había visto, y la quería recordar. Sí, era bella, ojos azules, color castaño claro, una blusa marrón, los labios pintados de color violeta. Trataba de rehacer su imagen en mi memoria, mientras sentía que me acariciaba la cara y me pasaba la mano por el contorno de mis labios. Yo me dejaba hacer. Estaba a punto de estallar y de abalanzarme sobre ella, cuando alguien encendió una vela.

Pude ver la figura de un hombre a mi lado. Moreno, me miraba sin pestañear, con deseo. Estaba junto a mí y me tenía cogida la mano. Me levanté asustado. Y, vergonzosamente excitado, me marché deprisa.

Luego, más tranquilo, reflexioné y pensé en que podía haber terminado aquello, sin esa luz de la vela o a la luz de aquella vela, quién sabe.

 

Más relatos “a la luz de la vela” en casa de Encarni.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Arte paralelo

Aficiones

No recordaba como había empezado la cosa, pero llevaba haciéndolo desde hacía más de treinta años. Al principio lo practicaba con algunos amigos y amigas, luego también solo. Le decían que era aburrido, que no podían comprenderlo, pero él continuaba.

Y así muchos años, casi a diario. Ya no podía vivir sin practicarlo. Era algo que necesitaba, que le faltaba cuando no lo hacía. En esos momentos sentía subir la adrenalina y podía pensar y reflexionar mejor sobre cualquier cosa. Durante su práctica le habían surgido las mejores ideas, las soluciones a sus problemas. Entendía lo que antes le había sido incomprensible. Razonaba como no lo hacía normalmente. Salía de un mundo para entrar en otro.

Sin saber cómo, se había convertido en su droga. Era su arte paralelo (lo de arte es mucho decir). Y le gustaba. Así es que, todos los días, en invierno o en verano, con lluvia o viento, con calor o nieve, no se lo pensaba. Se ponía el calzón, la camiseta y las zapatillas, y salía a correr. No era una cuestión competitiva, era simplemente vital. Su tiempo mejor aprovechado. Era su momento ‘reset’. Mientras que se lo permitiera la salud, seguiría corriendo, estaba voluntariamente enganchado, y eso que nunca se había dopado. Necesitaba reiniciarse todos los días.

 

Más artes paralelos y aficiones en casa de Gastón

jueves, 15 de noviembre de 2012

Una de tres: La tragedia de la marioneta

Una de tres

No conseguía encontrar la razón. Había hecho todo lo posible por caminar por los cauces establecidos. Cumplió con todas sus obligaciones. Siempre aceptó lo que su mujer le impuso. Pagó todos sus impuestos, siguió al pie de la letra todas las normas y leyes, nunca le pusieron multas. Era un ciudadano ejemplar.

En el trabajo había sido cumplidor. Siempre hizo todo lo que le ordenaron. Sus jefes sabían que se podía contar con él. Trabajador, disponible y obediente. ¿Qué más podían pedir? ¿No era suficiente? Era un empleado ejemplar.

Pero llegó la crisis, una crisis imparable, agresiva, violenta, capaz de llevarse todo por delante. Y la empresa tuvo que prescindir de algunos trabajadores. Le llamó el director y le agradeció los servicios prestados, al tiempo que le entregaba su carta de despido. ¿Por qué él?

En su casa, todo cambió. Por problemas económicos ya no podía decir siempre sí a su mujer. Y ésta se cansó y le abandonó. Hacienda le mandó un escrito en el que le multaba porque su declaración anual tenía un error. Él juró y perjuró que había sido una equivocación involuntaria. Pero dio igual.

Su destino había girado ciento ochenta grados. ¿De qué le había servido ser honesto con su país, obediente en su empresa y complaciente con su mujer? De nada.

Y, entonces se dio cuenta de que en su trabajo le habían despedido porque sabían que no iba a protestar. Que en Hacienda sólo obtienen amnistía los ricos. Que había sido un calzonazos y que su mujer nunca le quiso, salvo porque siempre le daba todo lo que deseaba.

Era tarde, pero entendió que se había equivocado. Ahora comprendía por qué sus compañeros, sus amigos, su gente, le llamaban el Marioneta. 

 

Más historias: “Una de tres”, en casa de Mónica

jueves, 8 de noviembre de 2012

Volvemos en seis minutos…

Seis minutos

Siempre igual. Y no lo conseguía. No sabía cómo, pero llegaba tarde. Parecía mentira que otros con peor apariencia fueran más rápidos. Siempre se perdía algo de la película. La puñetera próstata.

Estaba harto de levantarse rápido para llegar más tarde. Y es que todos esperaban los anuncios de la tele para ir al baño. Para ir al único baño que había en el asilo.

Bastaba que apareciera el “volvemos en seis minutos” y todos al váter. Llegaba y siempre encontraba, delante de él, a otros tres o cuatro ancianos que esperaban su turno. ¡Maldita gracia! Cuando volvía a la sala de la televisión, ya hacía unos minutos que se había reanudado la película.

Tenía que hacer algo. Era una cuestión de principios. Todos los días lo mismo. Necesitaba demostrarse, a sí mismo, que podía hacerlo.

Un día, cuando apareció el anuncio “volvemos en seis minutos”, se oyó un grito: ¡Fuego! Los ancianos se dirigieron asustados a la puerta. Él, consciente de su travesura, se levantó con tranquilidad y fue al baño, sabedor de que en esta ocasión podría ver su película favorita entera. Por una vez lo había conseguido.

 

Más historias de la tele en casa de Juliano

miércoles, 31 de octubre de 2012

Halloblogween 2012

Halloblogween.2012

El día de los Muertos

Dicen que todos los días uno de noviembre se acercaba al cementerio. Y que caminaba por él, en busca de dos o tres  lápidas. Se paraba delante de  una y depositaba un ramo de crisantemos y de rosas rojas. Después de arrodillarse y rezar durante unos minutos, se levantaba y seguía su camino, hasta la siguiente.

Había gente que lo veía venir, año tras años, y que se extrañaba de que cada año eligiera distintas lápidas para depositar sus flores. Unos decían que era un loco. Otros pensaban que cumplía una promesa. Algunos creían que era una especie de recadero de los que no podían visitar ese día el lugar, y querían dejar su homenaje a alguna persona querida.

Pasaron más de treinta años y la ceremonia se repetía. Y llegó un día en que los asiduos al cementerio lo echaron de menos. ¿Qué habría pasado? ¿Estaría enfermo? ¿Se habría ido de la ciudad?

Ese año vieron a mucha gente que llevaba una calabaza en la cabeza dirigirse hacia la zona nueva del cementerio. Un curioso les siguió y llegó hasta una tumba. Se abrió paso entre varios de los disfrazados y pudo leer el epitafio:

Aquí yace quien honró a sus muertos. Los maté pero los recé.

Fui un criminal con corazón. Hoy me ha llegado la hora.

Espero que ellos me devuelvan la visita.

Y en una hoja de periódico plastificada, pegada a la lápida, se podía leer este titular:

Ha fallecido Francisco García Rodríguez, conocido como “El Halloween”, presunto jefe de la mafia local, a quien se le atribuye decenas de asesinatos.

 

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jueves, 25 de octubre de 2012

Colores

colores

Sentía los colores de forma especial. El verde de los prados y campos, y de muchos mares. Era capaz de percibir el azul del firmamento despejado y del Mediterráneo. Ese rojo amapola y de sangre de toro. El amarillo que desprende el sol con el que riega los montes. El blanco de la nieve y de la leche, y el gris de los otoños lluviosos.

Se había dedicado toda su vida a descubrirlos. Y lo había conseguido. Hoy podía reconocer la alegría o la tristeza por el color que percibía. Fueron muchos años de estudio, de amor a los colores, pero estaba satisfecho, había llegado a las entrañas del arco iris.

Bastaba que alguien le describiera el color matizado de cualquier ser vivo para descubrir si estaba enfermo o sano, si necesitaba de algún remedio o no. Su destreza le hacía pasar por un decorador adelantado, siempre era capaz de aconsejar, con acierto, qué colores deberían dominar en una estancia, en una fachada de una casa o en un parque de la ciudad.

Era considerado un experto. Y todo lo debía al estudio y la intuición, y a su interés. Había traspasado el mundo de los sentidos y había aprendido a dominar y a amar los colores, a pesar de su ceguera.

 

Más relatos sobre colores en el Daily Planet’s

jueves, 18 de octubre de 2012

De libros

libroelectronico

Sus hijos le regalaron un lector electrónico de libros. Le dijeron que era lo mejor para un lector compulsivo como él. Tenía aplicaciones que superaban con creces la simple lectura. Diccionario, posibilidad de subrayar o de tomar notas, y sobre todo ahorro de espacio. Un espacio que ocupan los libros de papel. Una maravilla. La posibilidad de tener más de mil libros en un formato de 17 x 11 x 0,8. ¿Se puede mejorar?

Todo eran ventajas. Así es que el buen hombre decidió aprender a manejar el artefacto. Fácil, era increíblemente fácil. Tipos de letra distintos, más comprensibles, cuerpo mayor que facilitaba la lectura, y a leer.

El lector venia con 50 libros clásicos. Así es que sin más dilación, se dispuso a utilizarlo. Estaba encantado. Eligió La Regenta. Hacía tiempo que quería releerla. Y empezó con avidez. Le pareció maravilloso. Era magia, un pequeño rectángulo que podía contener la ilusión de cientos de libros. Se leía bien. Un invento útil. ¡Una maravilla!

Apenas llevaba cuatro páginas y Vetusta le pareció distinta, y la novela, otra novela. Le faltaba algo. Recordaba el tacto de los libros de papel, esas hojas que se resisten a que las pasemos, y, ese olor de libro recién abierto ¿dónde estaba? Empezó a pensar en la edición de 1930 que tenía en su librería, con pastas duras y con hojas deterioradas. Y se paró. Trato de abrazar ese artefacto pero no sintió nada. Era frío. Y se dio cuenta.

Dejó el lector en la mesilla y se dirigió a la biblioteca. De allí arranco el ejemplar de La Regenta y lo abrazó. Lo olió y lo toco. Y empezó a leer, con lágrimas en los ojos:

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte…

 

Mas historias de libros en casa de Rochie

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Mirada retrospectiva

 

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Había llegado al pueblo de mi abuela, como en otros veranos. Un pueblo que cruza el río Badiel, al que mi hermano y yo íbamos a pescar cangrejos. Tendría por aquella época unos seis o siete años y mi hermano tres más.

Era una actividad reconfortante, había que meterse en el río para atraparlos. Después, nuestra madre se preocupaba de cocinarlos y nosotros compartíamos el festín.

No tenía gran dificultad la tarea. Bastaba llevarse un cesto de mimbre grande, se colocaba en medio del río en contra de la corriente, cubría poco, cuarenta o cincuenta centímetros, uno lo sujetaba y el otro venía unos metros pisando con fuerza, lo que hacía que los cangrejos asustados corrieran a favor de la corriente, encontrándose dentro del cesto apresados. Bastaba sacar el cesto y allí estaban los cangrejos vivos que habían caído en la trampa. Se vaciaban en una bolsa y a seguir con el cuento.

Pero también había otra manera. Muchos cangrejos se encontraban en sus guaridas, agujeros que podías ver en las paredes del río. Entonces mi hermano, mayor y con más astucia que yo, me decía:

Anda Rafa mete la mano, tú que la tienes más pequeña y entra mejor, ya verás, no pasa nada.

Sí que pasaba, y el que caía en la trampa era yo, que en muchas ocasiones sacaba la mano, chillando, con un cangrejo colgando de algún dedo. Y así pesqué unos cuantos. Cada vez que ocurría, mi querido hermano se reía y me lanzaba piropos por ser un gran pescador. Su mayor edad y su desparpajo hicieron que picara una vez tras otra.

A pesar de todo, o quizá por esas pequeñas cosas, nunca olvidaré, el olor del camino del río, a espliego, a moras, a higos y a huerta. Y aquellos cangrejos que cocinaba mi madre, acompañados de una salsa picante. Una delicia.

Para seguir echando la vista atrás, visitad a Pepe

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Teatro, máscaras y apariencias

mascaras

Había sido actor. Llegó a alcanzar una cierta fama, gracias a sus dotes dramáticas. Pero aunque tenía un físico que le acompañaba, su atracción amorosa la consiguió sobre todo por su voz, por su forma de hablar. Con acento tierno pero resuelto, había doblado a los mayores amantes de la historia del cine. Gary Grant, James Steward, Clark Gable, entre otros.

Las mujeres le admiraban, más de una se había prendado de él. Recibía decenas de cartas a diario que le solicitaban una cita, un beso, una noche inolvidable. Nunca se supo si alguna tuvo respuesta.

Un día fatal, conduciendo su Lamborghini se salió de la carretera en una curva, muriendo al instante. Muchas mujeres le lloraron amargamente, su muerte fue un duelo nacional. En la plenitud de la vida había desaparecido el mito.

Los estudios de cine donde trabajaba instalaron la capilla ardiente en uno de sus amplias salas. Fueron muchos los que por amor, por curiosidad o por ambas cosas, pasaron a tributarle el último homenaje.

Al día siguiente se celebró el sepelio. Una vez enterrado, un amigo abogado se dirigió a la multitud asistente:

‘Con su permiso quisiera leerles una carta que dejó Martín para ustedes’

A mi público:

Que nadie crea que esto ha sido un accidente. Fui yo el causante de mi muerte. No podía aguantar más. He vivido una vida falsa, he vivido otra vida. He querido mantener una situación insostenible y hasta aquí he llegado.

Podía haber seguido engañándoles, pero ha llegado el momento de sincerarme. Y perdónenme por todo. Pero la cuerda de la mentira me apretaba demasiado. Mantener lo que no fui me era ya imposible. No hubiera podido decírselo en vida. Mi voz grave y mis movimientos varoniles me ayudaron; pero soy, era, fui una mujer.

Martina

 

Más teatro, máscaras y apariencias en casa de Neo

jueves, 13 de septiembre de 2012

Ojo por ojo…

talión

Era la primera vez que iba allí. Lo hice por curiosidad. Me habían dicho que había cambiado la fiesta. Que ya no era igual. Que valía la pena vivirla.

Me apresuré y llegué temprano. Eran las diez de la mañana. Hacía fresco pero el sol brillaba y amenazaba con ser un día caluroso. Aparqué en la plaza Mayor. Busqué un bar. ¡Qué raro! Todos estaban cerrados. En plenas fiestas y tampoco había nadie por las calles.

Llegue hasta la Iglesia románica que también estaba cerrada. Decidí dar una vuelta por el pueblo. Ni un alma. No podía ser. Entonces, me acerqué a donde se celebraba el festejo. Subí una cuesta, siguiendo las indicaciones que llevaban hasta ese lugar.

Por fin, llegué al campo donde se realizaba el espectáculo. Un prado grande, como un campo de fútbol amurallado con piedras. Tampoco había nadie. Ni un ruido. Todo estaba tranquilo.

De repente oí una estampida. Y vi aparecer a lo lejos una manada de toros que se acercaban a gran velocidad. Apenas tuve tiempo de subirme a un árbol.

Desde allí, divisé a cuatro o cinco cabestros que empujaban a una persona hasta dentro del prado. Le dejaron en el centro, mientras aparecían decenas de toros bravos que empezaron a cornearle sin piedad. Casi no podía creer lo que pasaba. El hombre que era cruelmente empitonado llevaba un cartel que ponía: La vida al revés.

Sonó el despertador. Me di cuenta de que era el día que se celebraba la fiesta del Toro de la Vega. Y, por un momento, lamenté que aquello hubiera sido un sueño.

 

Más historias vengativas en casa de Teresa

jueves, 6 de septiembre de 2012

Relaciones

Relaciones

Desde el mismo instante en que te vi, sentí que me estabas esperando. Me miraste y te miré, poco más. Viniste conmigo y al llegar a casa supe que estarías siempre junto a mí. No sé qué fue. Tu cuerpo, quizá, tus ojos, o esa boca marcada. Tal vez esas curvas. Y sobre todo ese gesto de complicidad y amor que hasta entonces no había encontrado.

Han sido unos años maravillosos. Una compenetración perfecta. Jamás me hablaste de mis defectos, jamás regañamos, sin una palabra más alta que otra, nunca hubo un motivo que nos separara. Pero hoy es distinto. Nuestra relación se ha venido abajo.

Sabes lo mucho que te quiero, sabes que si me debo deshacer de ti no es por mi gusto. Sé que tú y yo hemos cumplido. No, no nos echemos la culpa. Estas cosas ocurren, por desgracia.

Hoy es el día más triste de mi vida. Tendré que buscar otra como tú, pero no se te olvide que te querré siempre, porque tú me enseñaste todo. Sé que aunque lo intente no encontraré el calor y el amor que contigo aprendí.

Son unos desalmados. Deberían fabricaros con mejor material, pero ellos piensan que solamente sois muñecas y os venden como mercancía. ¡Malditos sean!

Más Relaciones en casa de San.

jueves, 23 de agosto de 2012

Fotografía inspiradora: Una taza de café

Taza de café

Esperaba con impaciencia. Había pedido una taza de café. Leía el periódico, mientras el Café se iba llenando de gente. A las cinco, esa era la hora. Eran menos tres minutos. No la conocía, se trataba de una cita a ciegas. Sin embargo, algo le decía que había valido la pena. En Internet, allí la había conocido.

Las cinco y cinco. Una mujer se acercó a su mesa. Le miró y le preguntó la hora. A continuación, se sentó. Cuando llegó el camarero, ella, con voz firme, pidió: Dos tazas de café, por favor. La miró y le dijo: No tomo café a estas horas, no podría dormir. Ella, le cogió la mano y mirándole a los ojos, le dijo: No seas tímido. De eso se trata.

Desde entonces, con o sin ella, toma una taza de café a las cinco, todos los días. Y duerme de un tirón.

 

Más tazas de café en casa de Mª José

jueves, 16 de agosto de 2012

El calor



Todos los años esperaba que llegara el verano. Ese tiempo que le hacía salir de la rutina. Un tiempo de ocio, de vacaciones, de cambiar el ritmo, de descansar. Sólo había un problema: el calor. Su enemigo acérrimo, no podía con él.

Pero este verano sería distinto, había decidido instalar el aire acondicionado en casa. Claro que esos gastos tenían que salir de algún sitio. Así es que Luis decidió cambiar comodidad por viaje de vacaciones. Se quedaría en casa, pero a cambio, finalmente, tendría un verano agradable, sin calor.

Dicho y hecho, se lo instalaron. Aquel día, empezaba sus vacaciones. Volvía soñando con ese aire fresco. Entró en la casa, y sin tan siquiera ponerse cómodo, se dirigió al interruptor del aire y pulsó el ‘on’. Pasaron diez segundos, veinte, un minuto, dos, pero el aparato no funcionó. Desesperado se lanzó sobre el teléfono y marcó el número de la tienda donde lo había comprado. No contestaron, eran las nueve de la noche y estaba cerrada.

Pasó la noche despierto, soñando con el aire que le habían instalado pero que había faltado a la cita. Al día siguiente a las diez de la mañana llamó a la tienda. A la sexta llamada colgó y volvió a intentarlo. Nada, no contestaban. Frenético, impaciente y cabreado se vistió y se dirigió allí.

La sorpresa cuando llegó fue mayúscula, apenas su ira le dejó leer un letrero que habían colocado: CERRADO POR REFORMAS, DESDE HOY 15 DE JULIO HASTA EL 15 DE SEPTIEMBRE, PARA CUALQUIER GESTIÓN ESPEREN HASTA ESE DÍA. GRACIAS.


Para más historia sobre el calor, vayan a casa de Mari Jose

jueves, 9 de agosto de 2012

Recuerdos, sueños, pensamientos

Recuerdos

Era una tarde de invierno. Nos encontrábamos en clase de Antropología Social. Estudiaba en la Complutense. En esos años, la Transición española era considerada por casi todos como un éxito. Hablaban de reconciliación. Yo más bien creía que había sido una claudicación.

Allí sentados, mientras que el profesor nos explicaba los valores de una determinada cultura amazónica, alguien entró sofocado y dijo:

“La guardia civil acaba de tomar el Congreso de los Diputados”

Nos miramos, incrédulos ante ese aviso. Oscar y yo nos levantamos y fuimos a la cafetería, allí ya se estaba comentando el hecho. Se hablaba de una nueva dictadura, de la vuelta al régimen anterior. Las noticias eran confusas y los bedeles anunciaban que se cerraba la Facultad.

Margarita nos acercó con su coche a Moncloa, y allí Oscar tiró para su casa y yo me dispuse a tomar el autobús hasta la mía. Vi pasar un grupo de exaltados con la bandera franquista que, desde la otra acera, gritaban vítores al ejército y a la guardia civil. Al verme, me dijeron:

Pronto te vamos a cortar la barba, esa barba de rojo que te delata.

Me estremecí y creí por un momento que iban a cruzar, pero no, siguieron su camino cantando canciones franquistas y falangista. Llegó el autobús y subí.

En el trayecto me dio tiempo para pensar. Volvíamos al pasado. Otra vez, el país en blanco y negro. ¿Podría vivir esa nueva etapa oscura? Nuestros sueños de nuevo se fueron al garete. Llegué a casa, donde Lola, con mis hijos estaba esperándome impaciente y con la tele puesta.

Este país no tiene futuro, le dije. Si esto triunfa nos vamos a Italia. Aquí ya no podremos vivir.

Fue una noche confusa, pero entendimos que todo había sido un susto cuando empezamos a ver salir guardia civiles por la ventana del Congreso. Se entregaban sin condiciones.

Entonces, entendí que todavía había un peligro grave. Que era posible un retroceso real, una involución. Pero también, que había que quedarse, porque este era mi sitio, a pesar de todo.

 

Más recuerdos… en casa de Mari Jose

lunes, 6 de agosto de 2012

Chavela: ¡Que te vaya bonito!

¿Qué ponemos? le preguntaba a Lola, mientras conducía. Y ella, hacía que cogía un CD al azar y, en la mayoría de las ocasiones, allí estaba Chavela.

Innumerables los viajes que nos ha acompañado. Su voz ronca, aguardentosa y acompasada nos transmitía fuerza, pasión y emoción. Esa fuerza que tenía hacía que termináramos, más de una vez, cantando juntos, en un coro horrible que afortunadamente Chavela no escuchaba.

Chavela Vargas

Mujer con poncho rojo, vaso en mano, pelo plateado, voz rota, cara volcánica, con ochenta discos a sus espaldas, libre, mujeriega, sincera y socarrona. Así era Chavela.

Su sufrida infancia le hizo fuerte y libre, y valorar lo más hermoso. Vivir en libertad. Y bien que lo practicó. Fue sincera siempre, le costara lo que le costara. Porque nunca pretendió caer bien a los demás, sino que la aceptaran como era.

Chavela se ha ido a los 93 años, pero ella sigue allí, en su Boulevard de los sueños rotos, con su Macorina, con su voz quebrada por el tequila. Sigue estando en mi casa, sigue siendo esa mujer capaz de recitar canciones que otros cantan, capaz de hacer con las canciones lo que hizo con su vida, todo a su aire, en libertad. Porque si alguien ha conocido la libertad, porque si alguien amó la vida, esa ha sido Chavela.

Vivió, primero como pudo, luego como quiso, se bebió su vida, amó todo lo que pudo, cantó lo que le dio la gana, sin importarle el que dirán, sin someterse a nadie. Fue revolucionaria, habló de sus emociones, nunca negó lo que hizo, vivió, siempre con pasión, a su manera. Cometió excesos, visitó todas las cantinas y se arrastró suplicando amor.

Hoy más que nunca, pero como siempre, vuelvo a tenerte presente, mientras escribo, escuchando tus quejidos, esos hermosos versos que escribió un tal José Alfredo.

Fuiste lo que quisiste ser, sin nacer en México, fuiste mexicana, fuiste amante de la luna mientras te quemabas en alcohol, dijiste siempre lo que pensabas aunque estuviera prohibido, aunque no fuera correcto. Tuviste sueños rotos y pasiones desatadas. Amaste y odiaste, mujer, con gran pasión. Pero siempre fuiste tú, sólo tú.

Podrán decir lo que quieran, que tu voz no era la mejor, que tu ejemplo de vida fue un desastre, que eras incorrecta y demasiado sincera, pero nadie como tú ha gozado de la libertad, porque a libre, a eso, no hubo quien te ganara. Y esa pasión la transmitías con tu voz.

Hace poco viniste a Madrid, querías presentar tu último disco ‘Luna grande’, con poemas de García Lorca, aquí en la Residencia de Estudiantes. Caíste enferma y volviste a México. Allí te preguntaron si había valido la pena ese viaje a España que te había debilitado la salud, y, como siempre, contestaste con sinceridad, diciendo lo que sentías:

“Yo sabía perfectamente bien cuáles eran los costos, y claro que valió la pena. Le dije adiós a Federico, les dije adiós a mis amigos y le dije adiós a España. Y ahora vengo a morir a mi país”

Hoy, no sólo México, todo el mundo te llora, te recuerda, te escucha, te rinde homenaje. Chavela, mi querida Chavela, déjame brindar contigo como tú me acostumbraste, en el último trago, por un mundo raro que tú supiste torear.Tú, paloma negra, sabes bien que te quedas en un rincón del alma de todos nosotros, allí nos veremos en el boulevard de los sueños rotos, y mientras tanto, quedo contemplando esa luz de luna y deseándote que te vaya bonito.

jueves, 2 de agosto de 2012

El tiempo en el tiempo

El tiempo

Ni tan siquiera era por sobrevivir. Simplemente quería conocer como se regía el tiempo. El Tiempo, con mayúsculas. Se había dado cuenta de que era lo único que no se podía parar. Lo único que caminaba con paso firme y constante. Le fascinaba el Tiempo.

Sólo por el tic-tac de los relojes se sentía vivo. Eran campanadas de vida que le recordaban que él estaba allí. No podía continuar sin saber como funcionaba, por qué, qué movía al Tiempo era su obsesión y como tal se dispuso a conocerlo.

Estudió en bibliotecas, libros sobre el Tiempo. Nada nuevo, algo inalcanzable, algo irreversible, algo mágico, pero los grandes estudiosos no se movían de ahí. Así es que decidió dar un paso más y empezó a consultar libros esotéricos.

Todo fue en vano, le comunicaban, supuestamente, qué pasaría si el tiempo se paraba, que fórmulas vanas había para volver a un tiempo pasado, cómo los relojes no eran sino sus guardianes que necesitaban hacer ruido para permanecer despiertos y sentirse vivos.

Sólo un libro le llamó la atención. Y simplemente su última frase:

Los secretos del tiempo están ocultos en la cueva de Cronos.

No lo dudó. Dejó todo. Vendió todo. Saco lo suficiente para iniciar el gran viaje. Y se dirigió allí.

Fue un viaje lleno de penalidades, de dificultades. Nadie sabía nada sobre esa cueva. Y tuvo que guiarse por el instinto. Dio vueltas, volvió sobre sus pasos para empezar de nuevo. Y así llegó a enloquecer. Todo su afán era buscar una cueva que nadie conocía, que a nadie interesaba. Solo, anduvo deambulando por medio mundo. Cada noche terminaba cansado, dormía cómo y dónde podía para amanecer con más ganas de buscar ese secreto.

Un día enfermó gravemente. No pudo levantarse, la fiebre se apoderó de él, su cuerpo permaneció inerte. Se dio media vuelta y pudo ver con lucidez que se encontraba en su casa de siempre, en su alcoba, junto a sus relojes, junto a su tiempo. Sin fuerzas, alargó el brazo hasta el libro que le había servido de guía y que estaba en su mesilla de noche.

Lo abrió de nuevo, y pudo leer de nueva esa frase: “Los secretos del tiempo están ocultos en la cueva de Cronos”. Y, después, algo que no leyó la vez anterior: El tiempo es tu tiempo, no hay otro. y en un ataque de lucidez, se dio cuenta de dónde estaba la cueva y de su secreto. Y a Juan Cronos Ramírez, se le acabó su Tiempo.

miércoles, 18 de julio de 2012

La curiosidad mató al gato

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Siempre alerta. Era la vecina que más sabía de todos. Se la veía paseando, o simplemente en el portal. Cuando alguien pasaba se quedaba mirando, pensando, con los ojos fijos. Nadie le aguantaba la mirada. Una mirada intensa que penetraba.

No se conocía su verdadera ocupación. Es más, se diría que era chafardera profesional, cotilla a tiempo completo. Siempre en la calle, siempre escrutando a los vecinos. Su tarea le había hecho acreedora de su mote: La Chismosa.

Si algún vecino quería saber algo de alguien, se dirigía a ella. Y la Chismosa se deleitaba contestando y adornando la respuesta con soltura. A veces con malicia, otras con simple desparpajo, pero siempre disfrutando de su saber.

Hoy, la echamos de menos. ¿Quién lo iba a decir? Tanta curiosidad por los demás, y… Se marchó del barrio, y lo hizo cuando le dijeron lo que todo el mundo sabía y sólo ella desconocía. Tanto cotillear para luego tener que tragarse su propia medicina.

Su marido la engañaba con más de una vecina. Fue la única que no se enteró. Ella, la Chismosa. Fue tan grande el shock que se marchó sin despedirse. No pudo resistir el golpe. Su prestigio había quedado por los suelos. Seguramente, ocupada por descubrir los secretos de los demás, se olvidó de mirar lo más cercano.

 

Otras curiosidades en casa de Teresa

jueves, 12 de julio de 2012

El cinco es mi vida

Cinco

Siempre tuve amor por los números. No me importa reconocerlo. Dicen que es una obsesión, pero no, yo he sustituido el amor humano por el amor perfecto, el numérico.

Todo tiene relación. Todo se cuenta. Todo es numerable. Lo que dicen que no es numerable lo llaman infinito, pero no es sino la forma de expresar la incapacidad de la mente humana para ir más allá de ciertos límites.

Los números, aunque casi nadie lo sepa, están vivos. Me hablan, son capaces de producirme placer, llanto o simplemente diversión. Son mis amigos, mi gente. Hace años que no hago otra cosa que vivir entre ellos.estrella-de-mar

Pero no todos los números son iguales. Yo tengo debilidad por los números primos. Sí, ya sé que no se relacionan con otros, por eso los quiero, son como yo, solamente sirven para mirarse en un espejo y no comparten nada con nadie, salvo con el número uno que para eso es el número uno.

Y dentro de los primos, enseguida encontré el que me apasiona. Su tabla de multiplicar es como un poema. En la escuela la cantaba con placer. Me refiero al cinco.

¿Qué sería de nosotros sin el cinco? No existiría el pentagrama. ¿Cómo pronunciaríamos sin las cinco vocales? Sin Pentateuco no habría Biblia ni Torá. Muchas flores carecerían de esos cinco pétalos tan bellos. ¿Alguien se imagina una estrella de mar que no tenga cinco brazos? ¿Y la vida? ¿Valdría la pena si los sentidos no fueran cinco?

Horca

Y es que donde haya un cinco… También tiene que ver con mi estado actual. No todo el mundo me entendía ni me entiende. Y fueron cinco los que me llamaron locos. Los que se burlaban, se reían de mí, constantemente. No lo podía aceptar.

Esperé al día cinco del mes cinco y agarrando una horca de cinco puntas terminé con los cinco. Se lo tenían merecido. Hoy, han pasado cinco años, me levanto a las cinco de la mañana y rezo encerrado en esta habitación cinco veces al día por el alma de aquellos cinco desgraciados. Pero no me arrepiento, no tuve más remedio, tenía que defender al cinco, con mis cinco sentidos.

 

Más historias sobre el Cinco en casa de Juan Carlos

miércoles, 4 de julio de 2012

Tus fantasías secretas

Fantasías secretas

Y ahí estoy mirando otra vez por la ventana. La luna, hoy traidora, me llevó a ti. Fue, es, será inolvidable. Un hecho de amor único e insuperable. Hoy, sólo puedo añorarte, pensar en ti, sentir tu piel, vibrar sudando y sin embargo, que lejos quedas.

Nunca podré perdonarme haberte perdido. Porque hoy mis sueños sólo los cubres tú. No puedo evitarlo. Daría mi vida por rozarte. Y no obstante, qué lejos estás, a pesar de que estoy todavía dentro de ti.

Sé que no volverán aquellos días, el tiempo pasa inexorablemente. Sin embargo, nunca te has apartado de mí, tus ojos, tu pelo, tus piernas, tu vientre, todo tu cuerpo lo tengo grabado y lo recorro día y noche, implorando que sea verdad.

Te siento cerca. Muy cerca. A pesar de que me han confirmado la sentencia: treinta años y un día. No me bastarán para olvidarte.

 

Más fantasías secretas en casa de San

jueves, 28 de junio de 2012

En los zapatos del otro

ZAPATO Mujer

Había salido de un periodo difícil, estaba rehaciendo su vida. Después de mucho tiempo decidió cambiar, ser más sociable, y aceptó una invitación para ese martes de Carnaval. Nunca le habían gustado las fiestas, siempre prefirió la soledad. Recordaba los reproches de su exmujer: ‘Armando eres asocial, no te relacionas con nadie’.

Tenía que cambiar y decidió intentarlo. Solo y sin compromiso, todavía joven, quería pasar página y  convertirse en un ser más extrovertido. Estaba decidido a que esa fiesta fuera el comienzo de una nueva vida.

Decidió travestirse, con un traje de noche blanco, de gasas, maquillado y con una peluca rubia. Salió tambaleándose, nunca pensó que fuera tan difícil mantener el equilibrio con esos zapatos de tacón. Consiguió llegar al portal donde le esperaba un taxi.

Cuando entró en la fiesta causó sensación. Gente conocida le felicitó. Era un disfraz perfecto. Parecía una mujer. Y él, sin saber por qué, se encontró a gusto. Estaba locuaz, simpático, liderando la conversación de un grupito que había reunido, y que le seguía gratamente. ¿Qué le pasaba?, ni él mismo se reconocía. Era otra persona, hablaba sin parar, escuchaba a los demás, tenía la palabra justa y un humor impropio de su persona. Sus contertulios estaban encantados, reían sus gracias y seguían su conversación muy interesados. Algo había cambiado radicalmente.

Fue entonces, estaba disfrutando de ese misterioso cambio tan favorable, cuando se acercó una mujer al grupo: ‘Armando, querido, desde cuando te pones mis zapatos. No sabía que tuvieras esas inclinaciones. Nunca pensé que llegaras a esos extremos.’

‘Es Laura, mi ex’, explicó, balbuceando.

 

Más historias de otros zapatos, en casa de Gastón

jueves, 21 de junio de 2012

Mis jueves

Mis jueves

El jueves siempre fue para mí, un día más. Los lunes eran días malos, la vuelta al trabajo, después del fin de semana, no dejaba de romperte el ritmo cuando lo que deseaba uno era ejercer de vago. Los viernes y los sábados siempre fueron mis días preferidos. El viernes olía a fin de semana y se palpaba el ocio. Y el sábado era el mejor día, se disfrutaba, se descansaba y además era fundamental saber que todavía quedaban veinticuatro horas –el domingo—, antes de volver al suplicio.

Así pensaba antes, cuando tenía obligaciones. Hoy que ya ha acabado mi vida laboral, una de las grandes ventajas que encuentro es que todos los días son iguales. Para mí, siempre es domingo o fiesta, por tanto, tengo poco interés en saber en qué día vivo. Es más, muchas veces debo hacer un esfuerzo para adivinarlo.

Pero sí que tengo un día especial en la semana: el jueves. El jueves dedico un poco de tiempo a juntar letras, ese día pretendo salirme de mi cita habitual con la blogosfera. Y, además de escribir sobre política --lo que hago todos los días en mi otro blog--, encuentro un hueco preciado para hablar del tema del jueves. Temas diversos. Es el momento juevero.

Es un virus, sin duda. Y cuidado que se contagia. Yo sé quien me lo pegó. Se llama Mónica y se hace llamar Neogeminis. Es la culpable. La sigo desde hace bastante tiempo. Me gusta mucho como escribe y ella siempre ha sido fiel a su cita juevera. Y debió ser hace unos tres meses cuando éste virus me alcanzó y decidí,escribir algo más que de política. Juntar palabras para hablar sobre un tema. El que sea. Es una forma de hacer un ejercicio y, aunque no tenga el talento de otros, me gusta y me acerca a los demás jueveros.

Por eso estoy aquí, por eso existe este blog. Por eso estoy empezando a conocer a otras gentes locas por los jueves. Y recuerden, del contenido me hago responsable, pero de estar aquí, de ser juevero, mucha culpa la tiene Mónica. Ella me lo ha contagiado.

Más sensaciones jueveras en The Daily Planet’s Bloggers

jueves, 7 de junio de 2012

Relato encadenado

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Hoy toca un ejercicio colectivo. Todos los jueveros, hemos escrito una parte de un relato, conociendo solamente lo que ha escrito el juevero anterior. Para leerlo todo hay que encadenar los relatos empezando por el de Encarni, y siguiendo, según se va indicando al final de cada entrada. 

Mi parte sigue a la de Juan Carlos, y es ésta:

Era temprano, todavía podría llegar a Ávila para comer. No sabría decir por qué, pero confiaba en esa bruja. En otras ocasiones le había ayudado a desentrañar su futuro. Mientras conducía mantenía presente el recuerdo de Marta. Esa mujer que le había hecho tanto daño. Y como punto final le había entregado un mapa. Un mapa indescifrable.

Aparcó rápido. Tenía prisa. Subió los escalones de los dos pisos, de tres en tres. Y llamó a la puerta. Le abrió Eulalia, quien desde la misma puerta le explicó que su hermana Sonsoles, 'la adivina', había ingresado en un convento de Carmelitas Descalzas, cansada de una vida difícil.

Fue un golpe tremendo, la única persona que le podía ayudar estaba fuera de la circulación. Sin embargo, no se rindió. Jenaro pidió las señas y con la misma prisa que había llegado, volvió hasta el coche. 

Se olvidó del hambre y se dispuso a conducir hasta el convento, a las afueras de la ciudad. Lo que no sabía es que todavía tendría que pasar pruebas difíciles para conseguirlo. Habría de pagar un precio alto.

 

Para seguir completando el puzzle, siga en Matices.

jueves, 31 de mayo de 2012

En la quietud de la noche

quietud de la noche

Soy noctámbulo. Amo la noche, no sé por qué. Para mí, la oscuridad es mi abrigo, las estrellas mis amigas, la luna mi guía. Mi mundo es lo que puedo abarcar con la vista, por la noche.

Soy tímido, apenas tengo amigos. No pido mucho. Espero el momento en que se pone el sol. Siempre igual. Doy un paseo, me recreo con lo que veo. Los colores durante esas horas cambian radicalmente. Las personas parecen más tranquilas, más enigmáticas. La luna les da otro lustre y la quietud de la noche me hace feliz. Y repito ese hábito, un día tras otro.

Sólo hay un día cada cierto tiempo, en el que me gustaría no amar la noche. En el que es la noche la que me domina. No sé lo que me pasa, no recuerdo nada, pero cuando me despierto al día siguiente, me siento cansado, sucio, con sentimiento de culpa, sin saber por qué.

Dicen que tiene que ver con que soy el séptimo hijo varón, y ese es mi destino. Sólo sé que debe ser una noche difícil, aunque no sea consciente. Cuando me va a ocurrir, experimento sensaciones físicas raras, y lo último que recuerdo, antes de perder el conocimiento, es que, al otro lado de la ventana, una luna espléndida, brillante, llena de luz me llama, sin que yo pueda hacer nada más que dejarme ir.

 

Más relatos, en la quietud de la noche, en casa de Mónica

jueves, 24 de mayo de 2012

Los replicantes

Replicante

Siempre había creído aquello de que en algún lugar del mundo hay alguien igual que tú. Que todos tenemos un doble. De hecho, quién no ha sido abordado por alguien para decirle luego, “disculpe, creí que era fulano, me he equivocado, se parece usted mucho”.

Pero esto era distinto. No sólo tenía mis rasgos físicos. Además pensaba igual que yo. Decía tener la misma familia que yo. Era una copia exacta. Me confesó que estaba enamorado de Ana, igual que yo, que trabajaba en una multinacional informática, como yo. Tenía mi edad, ¡había nacido el mismo día que yo!

No me podía estar pasando. Me pellizqué, pensando que era un sueño. Parpadeé varias veces queriendo despertar. Pero ahí estaba.

Me lo había encontrado casualmente, por la calle. Nos miramos y no pudimos evitar pararnos y conversar. Nos hicimos preguntas, a las que cualquiera de los dos contestaba igual. Nos contamos nuestra historia y nuestros deseos, comunes en ambos casos.

Sólo había una cosa que me reveló y que yo desconocía. Él era el elegido. Me dijo que todos los seres tenían sus clones, sus replicantes. Y que, a cierta edad, sólo podía continuar viviendo uno, que un destino no se puede compartir. Los dos no cabíamos en el mundo. Así es que, me apuntó el camino y no tuve más remedio que hacerle caso. Hubiera sido impensable seguir viviendo, sabiendo que yo no era el auténtico.

 

Mas historias de replicantes en casa de Gustavo

jueves, 17 de mayo de 2012

Pacto con el diablo

pacto diablo

Mi querido Lucifer:

No has entendido nada. Lamento no poder hacer un trato contigo, por la sencilla razón de que no sé qué puedes ofrecerme. Estoy seguro de que la maldad y la felonía que puedo ofrecer yo, no tiene parangón con la tuya. No te envidio en absoluto

Hago sufrir a la gente. No duermen por mi culpa, esperando lo peor. Puedo quitarles todo. Algunos se han suicidado por mi culpa, otros lo harán pronto.

La ruina, la desgracia y la pobreza acompañan a quien yo señalo con el dedo. ¿Cómo te atreves a pactar conmigo? ¿Qué me puedes ofrecer?

Olvídame y, si acaso pretendes ser como yo, dímelo, te daré algunos consejos. Por cierto ¿tiene hipoteca el infierno?

Fdo.: Mefistófeles, un banquero-político

 

Más posibles pactos con Mefistófeles, en esta cita de los jueveros, en casa de Gustavo

jueves, 10 de mayo de 2012

Érase una vez…

cuentos
Llegué corriendo del colegio. Tiré el abrigo al sofá y me senté en la mesa. Saqué el libro y el cuaderno con ansia, y me puse a hacer los ejercicios.

Apareció mi madre que me miró asombrada y sorprendida. Nunca me había visto ese ímpetu, Estudiaba, normalmente, lo imprescindible, para aprobar y no tener problemas. Por eso, se extrañaba de mi actitud.

Se acercó, me preguntó si me ocurría algo y me dio unas galletas y un vaso de leche. Ni le contesté, estaba imbuido en mis deberes.

Al cabo de una hora, vino mi padre. Normalmente me encontraba jugando o viendo la tele, pero ese día me encontró escribiendo. Se quedó atónito, me dio un beso y se sentó, sin decir nada, a leer el periódico.

Eran las ocho y media cuando guardaba todo en la cartera y me dispuse a cenar. Engullí la cena, otra sorpresa para mis padres que veían como cada día ponía pegas a la comida y terminaba tragándomela a la fuerza. Algo pasaba.

Cuando estaba terminando de cenar, sonó el timbre de la puerta. Era mi abuela que venía a pasar unos días con nosotros. Nos dio un beso y me dijo:

‘¿Has hecho todo lo que te dije? ¿Has cumplido el trato?’
‘Sí, abuela’, le contesté, con firmeza.

Entonces, se quitó el abrigo, se sentó en el sofá, sacó un libro del bolso, se puso las gafas y, con toda la tranquilidad y serenidad que tenía, empezó a leer:

“Erase una vez…”

Nadie contaba los cuentos como ella.

Mas cuentos en casa de José Vicente

jueves, 3 de mayo de 2012

En la iglesia del Castillo hay que pagar el diezmo

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Viví, sirviendo a Fray Toribio. En el castillo, además del Conde y su familia, bella mujer e hijos ilustres, que habitaban en un palacio, había una iglesia pequeña que cubría las necesidades espirituales del lugar.

A mí, se ve que me abandonaron de pequeño, en la puerta de esa iglesia, y fue Fray Toribio quien me vio y me recogió. Apenas tuve seis años empecé a servirle. Yo pretendía aprender a leer y escribir y ser como él, persona instruida, pero siempre se excusaba, no tenía tiempo para enseñarme y además, me decía que los villanos no necesitaban de la lectura y de los conocimientos, que simplemente por el hecho de ser villano se entendía que los placeres eran mundanos y nada tenían que ver con los gozos que nutren el espíritu.

Así es que, me he pasado hasta hoy, que cumplo treinta años, ayudando a este fraile en sus oficios y en todo lo demás. He sido sacristán y monaguillo, cocinero y sirviente, y en mi tiempo libre, que poco me quedaba, me tocaba cuidar de la huerta, puesto que los frailes y gente de alcurnia no se dedican a menesteres menores.

Pegarme y maltratarme era una afición de mi amo, cualquier excusa era buena para demostrarme que si vivía era gracias a él, y que le debía todo. Un día encontré a una bella moza y allá, en un rincón de la iglesia, empecé a tontear con ella, quien me entregó su prenda, con gran alborozo por mi parte. Pero mira por dónde, nos descubrió el fraile y me dijo que me apartara, que él tenía que cobrar el diezmo de la moza y terminar la faena. Y me dejo con un palmo de narices y de lo otro.

Después de terminar, me dio una paliza, y no fue porque hubiera fornicado –aunque hubiera sido a medias—, sino porque no le había llamado para pagarle el diezmo. Desde entonces, cada vez que vuelvo a las andadas, llamo al fraile para que se cobre su parte, no vaya a ser que me vuelva a pillar, y le tengo miedo porque me advirtió de que si se lo volvía a ocultar, me mataría a palos.

No me parece justo, así es que el otro día me atreví, me acerqué al prostíbulo y entré, allí pedí que Mariana me acompañara, después de pagarle con una moneda de plata que le robe a mi amo. Se trataba de una prostituta que me había recomendado mi amigo Luciano, para el caso. Me la llevé a la Iglesia, la desnudé y llamé a Fray Toribio, cuya edad, ya provecta, no le impedía tener deseos carnales. Mi amo al ver una mujer desnuda, hizo lo de siempre, o sea rematar la faena, para cobrarse el diezmo.

Hoy, le hemos enterrado, ¡pobre fraile! Se me olvidaba decir que Mariana tenía una enfermedad venérea grave, cuya transmisión provocaba la muerte. Es lo que tiene querer el diezmo siempre, sin revisar primero la calidad del producto que se cobra.

 

Más historias medievales y sobre castillos, este jueves, en casa de Teresa

jueves, 26 de abril de 2012

El descreído y el tarot

Despreciaba las supersticiones. La magia y las adivinanzas le habían parecido, siempre, un refugio de ñoños e ignorantes. Y un día, por una apuesta con un amigo, se encontró sentado frente a una mujer echándole las cartas del Tarot, sobre una mesa.

Era tal su aversión que estaba dispuesto a demostrar que tales juegos eran simples engañifas para someter a las personas a un destino determinado.

No salió muy contento de la misión. Ya en la calle, pensó qué podría hacer para probar a su amigo que las predicciones de la bruja no se cumplirían.

Ella le había dicho que tendría una vida plácida, que viviría cerca de cien años, que no se preocupara, su salud sería de hierro hasta el final. Sólo la edad acabaría con él, sin brusquedad alguna. Un caso de felicidad total.

Y pensando en demostrar el engaño al amigo, cruzó la calle sin mirar. Precisamente en ese momento pasaba un camión que le atropelló.

El desgraciado accidente acabó con él. Y ahora su amigo estaba junto al ataúd que los enterradores se disponían a sepultar. A su lado, pudo ver que la bruja del tarot había acudido también al entierro. No pudo resistir la curiosidad y le preguntó cuáles habían sido los pronósticos de aquella tarde.

La vieja, sin inmutarse, simplemente le dijo:

Sabía que ocurriría. Aunque yo le reconocí como un descreído y preferí darle el mensaje contrario para que lo entendiera. Nadie puede sobrevivir si le sale el Ahorcado y a continuación la Muerte. Era lo menos que le podía pasar.

 

Mas historias de manías, supersticiones, amuletos y otras rarezas en casa de Cristina

jueves, 19 de abril de 2012

Espiar no es cosa fácil (Una de espías)

Espías

El sabía que podría conseguirlo solamente si lo hacía bien. Si estaba bien preparado. No era cosa de perder esa oportunidad. Se leyó “cómo debe ser un espía” –libro de autoayuda—, de cabo a rabo. Quería cumplir su misión y sabía que no era fácil.

Ese día se vistió para tal fin. Como debe vestir una persona discreta, queriendo pasar desapercibida. Después de una ducha, se puso una muda limpia, y sobre una camisa blanca, se colocó un traje gris oscuro y una corbata azul poco vistosa. Y para culminar un sobrero discreto, que había comprado para el acontecimiento, unas gafas de sol y una gabardina.

Salió dispuesto a comerse el mundo. Tenía presente que iba a ser un gran día. Había sido seleccionado para trabajar en la famosa agencia EIA (Espionage International Agency).

Hablaba inglés perfectamente, y dominaba el francés y el alemán. A sus 28 años, Juan Cruz Rojo, Johnny Redcross (un espía que se tenga por tal, debe tener un nombre apropiado, y en inglés) se creía perfectamente preparado para practicar esa profesión. Siempre había querido ser espía.

Se dirigió a la Torre Blanca, el edificio de la EIA en la ciudad. Al entrar en la puerta giratoria, el corazón le golpeaba fuerte. Tomó el ascensor 8, planta 24, donde le habían citado.

Al llegar a su piso, una señorita sentada en una mesa de información le recibió.

--Su nombre.

--Johnny Redcross—le dijo casi al oído.

--Póngase en la cola de la izquierda.

Allí había dos filas con unas cinco personas cada una. Esperó, impaciente, durante diez minutos, hasta que de la puerta de enfrente salió un hombre que, a viva voz, gritó:

--Los de la derecha empezarán a limpiar la cocina. Los de la izquierda, los váteres. Muévanse.

Impecable, cogió la fregona y siguió al guía. Estaba seguro, un día, sería espía.

Más historias de espías, en casa de Juan Carlos

jueves, 12 de abril de 2012

Colombia

Nací en Macondo, allá donde la soledad dura cien años. Mi infancia fue difícil, de pequeño tuve que asistir a funerales, a los de mi madre, a los de Mamá Grande, a tres guerras civiles, a varias plagas, demasiado duro para un niño. Dicen que mi aspecto era cruel, que miraba con ojos de perro azul. Y todavía les extraña.
Colombia

En mala hora cuando crecí, me aliste en el ejército. Llegué al grado de general, fue como vivir en un laberinto, cuarteles sin puertas, soldados sin armas, enemigos sin alma. Por aquel entonces me llegaron malas nuevas de mi amigo el coronel Buendía, la noticia de su secuestro, Me lo contó su hermana llorando: “Benigno no sabemos nada de él, hoy el coronel no tiene quien le escriba”. 

Después llegó el amor. Y allí estaba Eréndira. Reconozco que fueron buenos tiempos, aunque por aquel entonces el amor vino acompañado de otros demonios. Y llegaron los tiempos del cólera. Murió mucha gente, yo pude salvarme, me curé allá, en La Hojarasca, la finca de Aureliano, mi primo, donde pasé gran parte de la convalecencia. Tumbado en una hamaca y bajo el olor de la guayaba. 
    
Hoy que he llegado a eso que se puede llamar el otoño del patriarca, me pregunto qué es la vida. Hay que vivir para contarla. La mía pudo ser una crónica de una muerte anunciada. Siempre jugué a morir. Ahora, después de tanto tiempo, sólo me queda la memoria de mis putas tristes. Fueron mi gran consuelo.

¡Qué tiempos aquellos cuando era feliz e indocumentado!

Me llaman Gabo y todavía recuerdo aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo.

Más relatos sobre Colombia en casa de Wendy.

jueves, 5 de abril de 2012

¡Quiero arreglar mi casa!

Estaba desesperado, el duplex se había convertido en pocos años en una vivienda ruinosa. El descuido había sido total. La planta baja mantenía un baño al que no llegaba agua caliente y la cadena de inodoro no funcionaba. Además había un comedor, que a pesar de tener dos cuadros mal clavados, un sofá-cama, una mesa y seis sillas, y una terraza adosada, daba sensación de vacío.

Arriba, ninguna de las cuatro habitaciones conservaba un mínimo de decencia. O se caía la pintura, en una, o la ventana estaba descolgada en otra. Las otras dos permanecían vacías desde siempre, aunque parecía que habían sido utilizadas de estercolero. Salvo el primer día, jamás había entrado en ellas. Nunca las necesité. Qué decir del baño, sin luz y sin puerta.
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Así es que tenía que decidir, entre vender la casa o hacer obras. No podía continuar allí. Traté de arreglarla y cuando llamé a un albañil, vino una señora y dos hombres vestidos de blanco, y me convencieron. Las obras no son buenas, mejor cambiar de vivienda. 

Desde entonces, vivo en esta habitación, toda vestida de blanco, con una pequeña ventana con reja y un colchón en el suelo. Y después de la medicación, me dejan salir al patio todos los días, un rato. Se creen que no les oigo, dicen que esa casa nunca existió, que me la inventé. Pero yo sé, que lo que no quieren es que la repare, porque entonces me iré y ellos no pueden vivir sin mí.

No me importa, lo que me molesta es esta camisa, que de vez en cuando me ponen, y me ata los brazos. Sólo porque les digo que quiero arreglar mi casa. No me dejan. ¡Pura envidia!

Más relatos en casa de Gustavo.

lunes, 2 de abril de 2012

Un nuevo blog: Juntando letras

Hace años que intento juntar letras y darles sentido. No siempre lo consigo. Desde Kabila, en los cinco años largos que lleva abierto, casi todo lo que he colgado ha tratado de política, de actualidad política. Y de ella he publicado más de dos mil entradas.
Ahí pienso seguir, sin duda, pero no quiero quedarme sólo en eso. Desde luego, seguirá siendo mi actividad más recurrente, pero ahora he pensado que también podía intentar escribir relatos, pequeños relatos, de ficción la mayoría de ellos. Y a ello me he puesto.
Letras
Sin más pretensión que la de divertirme, la de jugar, hacer un ejercicio, de vez en cuando, al margen de los avatares políticos.
Leer es un placer, escribir un experimento atrevido. Y así quedo, Juntando letras. Así se llama el nuevo blog. Nada que ver en la temática con éste. Una nueva aventura.
Ya saben, si alguna vez quieren saber algo de mí, al margen de mi mirada política-social, aquí me encontrarán. De momento, escribiré, todos los jueves, me he adherido a los jueveros, un grupo que escribe ese día todas las semanas, con un tema común. He llegado a ellos gracias a Mónica de Neogéminis.
En Juntando letras ya he colgado los tres relatos de los tres jueves en los que he participado. Y allí iré enlazando a todos los jueveros por si los quieren conocer.
Ya lo saben, por si les interesa se lo cuento. La ficción, quien lo desee la encontrará allí. Y aquí seguiré, dando guerra desde Kabila, mientras que el cuerpo aguante, con la realidad social. Aunque a veces no sé que es más ficción si lo inventado o lo que nos hacen tragar.
Salud y República

jueves, 29 de marzo de 2012

Las fiestas de Roberto

Esta semana coordina los jueveros, Manuel, y el tema es “Fiestas de mi pueblo”. Ustedes perdonarán que me retrase un día y no escriba mi aportación el  29, pero este día Kabila ha estado cerrada por huelga. A falta de fiestas populares y participativas, en mi pueblo, ahí les dejo una historia de fiestas.

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Las fiestas de Roberto
Recorría la calle Mayor entre latas de refrescos y cervezas, entre papeles y restos de comida. Mientras, algunos todavía trataban de volver a casa con dificultad. Las seis de la mañana es una hora mala para hacer eses.

Roberto, miraba con alegría lo que encontraba, una litrona, unos trozos de pan, colillas. Y es que le gustaba lo que veía. Todo eso le recordaba los momentos felices de la gente. Lo bien que habían pasado los cinco días de fiesta.

Su soledad desaparecía al ver estas escenas. Un grupo de amigos cantando. Un viejo declamando desde una caja de cervezas. Una pareja demostrando su amor, sin vergüenza. Un corro de jóvenes pasándose el pitillo. Era lo que buscaba. 

Se trataba de la cuarta fiesta --el cuarto pueblo-- a la que asistía ese año. Y pensaba seguir. Coleccionar fiestas, para él, era acumular alegría. Hoy estaba solo, pero no siempre había sido así. Recordaba que en su casa, allá a miles de kilómetros, también había fiestas. Distintas, pero con un denominador común: El regocijo; los excesos; el olvido de los malos momentos.

Eso es lo que le hacía ser un tipo extraño para quien le conocía. Se recorría las fiestas. Vivía de eso. Dos años en este país y sólo las fiestas le congraciaban con él. Allí, al otro lado del charco, dejó a su familia. Una mujer que le está esperando, su dulce María, sus padres, que empiezan a hacerse mayores, y sus amigos. Dos años sin verles.

Las fiestas le aportaban lo que no tenía, veía divertirse a todos. Mayores, jóvenes, niños, hombres, mujeres. Y esa diversión la sentía como propia. Y, además, le permitía vivir.
--Si este año consigo trabajar en más fiestas, es posible que pueda traer a María, el año que viene— pensaba.

Y siguió barriendo.

Para deshacerse de la hiel que puede producir este relato melodramático, les dejo un par de vídeos, jugosos, donde dos humoristas, uno de ayer y otro de hoy, hablan de las fiestas.


Y para leer más sobre fiestas de pueblo, pásense ustedes por aquí.

Salud y República