jueves, 29 de noviembre de 2012

A la luz de una vela

luz de vela

Era un fiesta espléndida. Había gente de toda clase y condición. Seríamos unas cuarenta personas. Sonaba música de los noventa, rock de los noventa. Yo había bailado toda la tarde y, cansado, me senté en un sofá. A mi lado había una mujer rubia, preciosa, que me saludó y me miró fijamente.

Fue entonces cuando se fue la luz. No me extrañó. Había una tormenta fuera y se podían escuchar los truenos. Una casa de campo es frágil, la luz se va fácilmente. Así es como la casa se quedó a oscuras.

Noté que me acariciaba la mano. Suave y con cariño. Luego se acercó, rozándome con sus piernas. La quise imaginar. Apenas la había visto, y la quería recordar. Sí, era bella, ojos azules, color castaño claro, una blusa marrón, los labios pintados de color violeta. Trataba de rehacer su imagen en mi memoria, mientras sentía que me acariciaba la cara y me pasaba la mano por el contorno de mis labios. Yo me dejaba hacer. Estaba a punto de estallar y de abalanzarme sobre ella, cuando alguien encendió una vela.

Pude ver la figura de un hombre a mi lado. Moreno, me miraba sin pestañear, con deseo. Estaba junto a mí y me tenía cogida la mano. Me levanté asustado. Y, vergonzosamente excitado, me marché deprisa.

Luego, más tranquilo, reflexioné y pensé en que podía haber terminado aquello, sin esa luz de la vela o a la luz de aquella vela, quién sabe.

 

Más relatos “a la luz de la vela” en casa de Encarni.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Arte paralelo

Aficiones

No recordaba como había empezado la cosa, pero llevaba haciéndolo desde hacía más de treinta años. Al principio lo practicaba con algunos amigos y amigas, luego también solo. Le decían que era aburrido, que no podían comprenderlo, pero él continuaba.

Y así muchos años, casi a diario. Ya no podía vivir sin practicarlo. Era algo que necesitaba, que le faltaba cuando no lo hacía. En esos momentos sentía subir la adrenalina y podía pensar y reflexionar mejor sobre cualquier cosa. Durante su práctica le habían surgido las mejores ideas, las soluciones a sus problemas. Entendía lo que antes le había sido incomprensible. Razonaba como no lo hacía normalmente. Salía de un mundo para entrar en otro.

Sin saber cómo, se había convertido en su droga. Era su arte paralelo (lo de arte es mucho decir). Y le gustaba. Así es que, todos los días, en invierno o en verano, con lluvia o viento, con calor o nieve, no se lo pensaba. Se ponía el calzón, la camiseta y las zapatillas, y salía a correr. No era una cuestión competitiva, era simplemente vital. Su tiempo mejor aprovechado. Era su momento ‘reset’. Mientras que se lo permitiera la salud, seguiría corriendo, estaba voluntariamente enganchado, y eso que nunca se había dopado. Necesitaba reiniciarse todos los días.

 

Más artes paralelos y aficiones en casa de Gastón

jueves, 15 de noviembre de 2012

Una de tres: La tragedia de la marioneta

Una de tres

No conseguía encontrar la razón. Había hecho todo lo posible por caminar por los cauces establecidos. Cumplió con todas sus obligaciones. Siempre aceptó lo que su mujer le impuso. Pagó todos sus impuestos, siguió al pie de la letra todas las normas y leyes, nunca le pusieron multas. Era un ciudadano ejemplar.

En el trabajo había sido cumplidor. Siempre hizo todo lo que le ordenaron. Sus jefes sabían que se podía contar con él. Trabajador, disponible y obediente. ¿Qué más podían pedir? ¿No era suficiente? Era un empleado ejemplar.

Pero llegó la crisis, una crisis imparable, agresiva, violenta, capaz de llevarse todo por delante. Y la empresa tuvo que prescindir de algunos trabajadores. Le llamó el director y le agradeció los servicios prestados, al tiempo que le entregaba su carta de despido. ¿Por qué él?

En su casa, todo cambió. Por problemas económicos ya no podía decir siempre sí a su mujer. Y ésta se cansó y le abandonó. Hacienda le mandó un escrito en el que le multaba porque su declaración anual tenía un error. Él juró y perjuró que había sido una equivocación involuntaria. Pero dio igual.

Su destino había girado ciento ochenta grados. ¿De qué le había servido ser honesto con su país, obediente en su empresa y complaciente con su mujer? De nada.

Y, entonces se dio cuenta de que en su trabajo le habían despedido porque sabían que no iba a protestar. Que en Hacienda sólo obtienen amnistía los ricos. Que había sido un calzonazos y que su mujer nunca le quiso, salvo porque siempre le daba todo lo que deseaba.

Era tarde, pero entendió que se había equivocado. Ahora comprendía por qué sus compañeros, sus amigos, su gente, le llamaban el Marioneta. 

 

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jueves, 8 de noviembre de 2012

Volvemos en seis minutos…

Seis minutos

Siempre igual. Y no lo conseguía. No sabía cómo, pero llegaba tarde. Parecía mentira que otros con peor apariencia fueran más rápidos. Siempre se perdía algo de la película. La puñetera próstata.

Estaba harto de levantarse rápido para llegar más tarde. Y es que todos esperaban los anuncios de la tele para ir al baño. Para ir al único baño que había en el asilo.

Bastaba que apareciera el “volvemos en seis minutos” y todos al váter. Llegaba y siempre encontraba, delante de él, a otros tres o cuatro ancianos que esperaban su turno. ¡Maldita gracia! Cuando volvía a la sala de la televisión, ya hacía unos minutos que se había reanudado la película.

Tenía que hacer algo. Era una cuestión de principios. Todos los días lo mismo. Necesitaba demostrarse, a sí mismo, que podía hacerlo.

Un día, cuando apareció el anuncio “volvemos en seis minutos”, se oyó un grito: ¡Fuego! Los ancianos se dirigieron asustados a la puerta. Él, consciente de su travesura, se levantó con tranquilidad y fue al baño, sabedor de que en esta ocasión podría ver su película favorita entera. Por una vez lo había conseguido.

 

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