jueves, 26 de abril de 2012

El descreído y el tarot

Despreciaba las supersticiones. La magia y las adivinanzas le habían parecido, siempre, un refugio de ñoños e ignorantes. Y un día, por una apuesta con un amigo, se encontró sentado frente a una mujer echándole las cartas del Tarot, sobre una mesa.

Era tal su aversión que estaba dispuesto a demostrar que tales juegos eran simples engañifas para someter a las personas a un destino determinado.

No salió muy contento de la misión. Ya en la calle, pensó qué podría hacer para probar a su amigo que las predicciones de la bruja no se cumplirían.

Ella le había dicho que tendría una vida plácida, que viviría cerca de cien años, que no se preocupara, su salud sería de hierro hasta el final. Sólo la edad acabaría con él, sin brusquedad alguna. Un caso de felicidad total.

Y pensando en demostrar el engaño al amigo, cruzó la calle sin mirar. Precisamente en ese momento pasaba un camión que le atropelló.

El desgraciado accidente acabó con él. Y ahora su amigo estaba junto al ataúd que los enterradores se disponían a sepultar. A su lado, pudo ver que la bruja del tarot había acudido también al entierro. No pudo resistir la curiosidad y le preguntó cuáles habían sido los pronósticos de aquella tarde.

La vieja, sin inmutarse, simplemente le dijo:

Sabía que ocurriría. Aunque yo le reconocí como un descreído y preferí darle el mensaje contrario para que lo entendiera. Nadie puede sobrevivir si le sale el Ahorcado y a continuación la Muerte. Era lo menos que le podía pasar.

 

Mas historias de manías, supersticiones, amuletos y otras rarezas en casa de Cristina

jueves, 19 de abril de 2012

Espiar no es cosa fácil (Una de espías)

Espías

El sabía que podría conseguirlo solamente si lo hacía bien. Si estaba bien preparado. No era cosa de perder esa oportunidad. Se leyó “cómo debe ser un espía” –libro de autoayuda—, de cabo a rabo. Quería cumplir su misión y sabía que no era fácil.

Ese día se vistió para tal fin. Como debe vestir una persona discreta, queriendo pasar desapercibida. Después de una ducha, se puso una muda limpia, y sobre una camisa blanca, se colocó un traje gris oscuro y una corbata azul poco vistosa. Y para culminar un sobrero discreto, que había comprado para el acontecimiento, unas gafas de sol y una gabardina.

Salió dispuesto a comerse el mundo. Tenía presente que iba a ser un gran día. Había sido seleccionado para trabajar en la famosa agencia EIA (Espionage International Agency).

Hablaba inglés perfectamente, y dominaba el francés y el alemán. A sus 28 años, Juan Cruz Rojo, Johnny Redcross (un espía que se tenga por tal, debe tener un nombre apropiado, y en inglés) se creía perfectamente preparado para practicar esa profesión. Siempre había querido ser espía.

Se dirigió a la Torre Blanca, el edificio de la EIA en la ciudad. Al entrar en la puerta giratoria, el corazón le golpeaba fuerte. Tomó el ascensor 8, planta 24, donde le habían citado.

Al llegar a su piso, una señorita sentada en una mesa de información le recibió.

--Su nombre.

--Johnny Redcross—le dijo casi al oído.

--Póngase en la cola de la izquierda.

Allí había dos filas con unas cinco personas cada una. Esperó, impaciente, durante diez minutos, hasta que de la puerta de enfrente salió un hombre que, a viva voz, gritó:

--Los de la derecha empezarán a limpiar la cocina. Los de la izquierda, los váteres. Muévanse.

Impecable, cogió la fregona y siguió al guía. Estaba seguro, un día, sería espía.

Más historias de espías, en casa de Juan Carlos

jueves, 12 de abril de 2012

Colombia

Nací en Macondo, allá donde la soledad dura cien años. Mi infancia fue difícil, de pequeño tuve que asistir a funerales, a los de mi madre, a los de Mamá Grande, a tres guerras civiles, a varias plagas, demasiado duro para un niño. Dicen que mi aspecto era cruel, que miraba con ojos de perro azul. Y todavía les extraña.
Colombia

En mala hora cuando crecí, me aliste en el ejército. Llegué al grado de general, fue como vivir en un laberinto, cuarteles sin puertas, soldados sin armas, enemigos sin alma. Por aquel entonces me llegaron malas nuevas de mi amigo el coronel Buendía, la noticia de su secuestro, Me lo contó su hermana llorando: “Benigno no sabemos nada de él, hoy el coronel no tiene quien le escriba”. 

Después llegó el amor. Y allí estaba Eréndira. Reconozco que fueron buenos tiempos, aunque por aquel entonces el amor vino acompañado de otros demonios. Y llegaron los tiempos del cólera. Murió mucha gente, yo pude salvarme, me curé allá, en La Hojarasca, la finca de Aureliano, mi primo, donde pasé gran parte de la convalecencia. Tumbado en una hamaca y bajo el olor de la guayaba. 
    
Hoy que he llegado a eso que se puede llamar el otoño del patriarca, me pregunto qué es la vida. Hay que vivir para contarla. La mía pudo ser una crónica de una muerte anunciada. Siempre jugué a morir. Ahora, después de tanto tiempo, sólo me queda la memoria de mis putas tristes. Fueron mi gran consuelo.

¡Qué tiempos aquellos cuando era feliz e indocumentado!

Me llaman Gabo y todavía recuerdo aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo.

Más relatos sobre Colombia en casa de Wendy.

jueves, 5 de abril de 2012

¡Quiero arreglar mi casa!

Estaba desesperado, el duplex se había convertido en pocos años en una vivienda ruinosa. El descuido había sido total. La planta baja mantenía un baño al que no llegaba agua caliente y la cadena de inodoro no funcionaba. Además había un comedor, que a pesar de tener dos cuadros mal clavados, un sofá-cama, una mesa y seis sillas, y una terraza adosada, daba sensación de vacío.

Arriba, ninguna de las cuatro habitaciones conservaba un mínimo de decencia. O se caía la pintura, en una, o la ventana estaba descolgada en otra. Las otras dos permanecían vacías desde siempre, aunque parecía que habían sido utilizadas de estercolero. Salvo el primer día, jamás había entrado en ellas. Nunca las necesité. Qué decir del baño, sin luz y sin puerta.
obras-em-casa
Así es que tenía que decidir, entre vender la casa o hacer obras. No podía continuar allí. Traté de arreglarla y cuando llamé a un albañil, vino una señora y dos hombres vestidos de blanco, y me convencieron. Las obras no son buenas, mejor cambiar de vivienda. 

Desde entonces, vivo en esta habitación, toda vestida de blanco, con una pequeña ventana con reja y un colchón en el suelo. Y después de la medicación, me dejan salir al patio todos los días, un rato. Se creen que no les oigo, dicen que esa casa nunca existió, que me la inventé. Pero yo sé, que lo que no quieren es que la repare, porque entonces me iré y ellos no pueden vivir sin mí.

No me importa, lo que me molesta es esta camisa, que de vez en cuando me ponen, y me ata los brazos. Sólo porque les digo que quiero arreglar mi casa. No me dejan. ¡Pura envidia!

Más relatos en casa de Gustavo.

lunes, 2 de abril de 2012

Un nuevo blog: Juntando letras

Hace años que intento juntar letras y darles sentido. No siempre lo consigo. Desde Kabila, en los cinco años largos que lleva abierto, casi todo lo que he colgado ha tratado de política, de actualidad política. Y de ella he publicado más de dos mil entradas.
Ahí pienso seguir, sin duda, pero no quiero quedarme sólo en eso. Desde luego, seguirá siendo mi actividad más recurrente, pero ahora he pensado que también podía intentar escribir relatos, pequeños relatos, de ficción la mayoría de ellos. Y a ello me he puesto.
Letras
Sin más pretensión que la de divertirme, la de jugar, hacer un ejercicio, de vez en cuando, al margen de los avatares políticos.
Leer es un placer, escribir un experimento atrevido. Y así quedo, Juntando letras. Así se llama el nuevo blog. Nada que ver en la temática con éste. Una nueva aventura.
Ya saben, si alguna vez quieren saber algo de mí, al margen de mi mirada política-social, aquí me encontrarán. De momento, escribiré, todos los jueves, me he adherido a los jueveros, un grupo que escribe ese día todas las semanas, con un tema común. He llegado a ellos gracias a Mónica de Neogéminis.
En Juntando letras ya he colgado los tres relatos de los tres jueves en los que he participado. Y allí iré enlazando a todos los jueveros por si los quieren conocer.
Ya lo saben, por si les interesa se lo cuento. La ficción, quien lo desee la encontrará allí. Y aquí seguiré, dando guerra desde Kabila, mientras que el cuerpo aguante, con la realidad social. Aunque a veces no sé que es más ficción si lo inventado o lo que nos hacen tragar.
Salud y República