Despreciaba las supersticiones. La magia y las adivinanzas le habían parecido, siempre, un refugio de ñoños e ignorantes. Y un día, por una apuesta con un amigo, se encontró sentado frente a una mujer echándole las cartas del Tarot, sobre una mesa.
Era tal su aversión que estaba dispuesto a demostrar que tales juegos eran simples engañifas para someter a las personas a un destino determinado.
No salió muy contento de la misión. Ya en la calle, pensó qué podría hacer para probar a su amigo que las predicciones de la bruja no se cumplirían.
Ella le había dicho que tendría una vida plácida, que viviría cerca de cien años, que no se preocupara, su salud sería de hierro hasta el final. Sólo la edad acabaría con él, sin brusquedad alguna. Un caso de felicidad total.
Y pensando en demostrar el engaño al amigo, cruzó la calle sin mirar. Precisamente en ese momento pasaba un camión que le atropelló.
El desgraciado accidente acabó con él. Y ahora su amigo estaba junto al ataúd que los enterradores se disponían a sepultar. A su lado, pudo ver que la bruja del tarot había acudido también al entierro. No pudo resistir la curiosidad y le preguntó cuáles habían sido los pronósticos de aquella tarde.
La vieja, sin inmutarse, simplemente le dijo:
Sabía que ocurriría. Aunque yo le reconocí como un descreído y preferí darle el mensaje contrario para que lo entendiera. Nadie puede sobrevivir si le sale el Ahorcado y a continuación la Muerte. Era lo menos que le podía pasar.
Mas historias de manías, supersticiones, amuletos y otras rarezas en casa de Cristina