Se despertó. Eran las siete y se levantó. Entraba a las nueve y había un buen trecho hasta la oficina. Después del desayuno frugal, salió camino del autobús.
Llegó pronto, eran las nueve menos diez. Y, asombrado, se encontró con la oficina cerrada. No era normal. Siempre había gente que venía antes. Además, el conserje entraba a las ocho. Decidió bajar al portal y esperar.
Después de veinte minutos, llamó a Laura, a Jesús, a Luisa, a todos los teléfonos de compañeros que tenía. Ninguno contestó. Siguió esperando, eran ya las diez y no sabía qué hacer, cuando a lo lejos vio que venía su jefe.
--Horacio, ¿qué hace aquí?
--Que, ¿qué hago aquí? Lo de siempre, he venido a trabajar.
--Pero, si hemos cerrado, yo mismo se lo comuniqué ayer y le di el finiquito.
Se quedó en blanco, sin decir nada, anonadado por la noticia.
En ese momento sonó el despertador. Se había vuelto a dormir. Encharcado en sudor y con desasosiego miró el reloj. Eran ya las ocho y cuarto, hoy por primera vez llegaría tarde a la oficina. Una pesadilla tremenda, pero una pesadilla, ¡menos mal!
En la mesilla de noche todavía quedaba la causa de su sueño. Un libro, “La vida es sueño”, que le había tenido despierto, leyéndolo, hasta las tantas.
No hay nada más peligroso que soñar soñando, pensó.
Más sueños en casa de Teresa