Juntando letras
miércoles, 9 de enero de 2013
Los mayores amores
Tiemblo sólo de pensar en la cita. Me he acicalado lo mejor posible. Me espera y no puedo defraudarla. Me costó convencerla, pero por fin ha accedido.
Hoy, el día de mi cumpleaños, llegaremos a mayores. Me estremezco al recordar cómo son sus caricias, sus manos, sus labios dulces como miel. Su lengua húmeda y cálida. Sus ojos claros y sinceros. Ahora toca descubrir el resto. He disfrutado de sus palabras, de su compañía, de sus ironías y sus bromas, de sus besos y sus abrazos, pero todavía queda más.
Desde que me ha dicho que sí, han pasado dos días y me han parecido siglos. Me he arreglado en menos de una hora que me ha parecido un año. Y he tardado en llegar aquí diez minutos que me han parecido una eternidad.
La primera prueba ha pasado. Y ahora estoy esperándola en esta cafetería en la que nos conocimos. No he podido dormir en toda la noche, soñando con ese momento. Por fin, iré a su casa y allí podríamos ser los dos uno. Abrazarla desnuda y soñar despierto.
Es el mejor regalo de cumpleaños que me han hecho en toda mi vida. Y eso que hoy llego a los ochenta.
Más relatos sobre mayores en casa de Gus
miércoles, 26 de diciembre de 2012
La vida es sueño
Se despertó. Eran las siete y se levantó. Entraba a las nueve y había un buen trecho hasta la oficina. Después del desayuno frugal, salió camino del autobús.
Llegó pronto, eran las nueve menos diez. Y, asombrado, se encontró con la oficina cerrada. No era normal. Siempre había gente que venía antes. Además, el conserje entraba a las ocho. Decidió bajar al portal y esperar.
Después de veinte minutos, llamó a Laura, a Jesús, a Luisa, a todos los teléfonos de compañeros que tenía. Ninguno contestó. Siguió esperando, eran ya las diez y no sabía qué hacer, cuando a lo lejos vio que venía su jefe.
--Horacio, ¿qué hace aquí?
--Que, ¿qué hago aquí? Lo de siempre, he venido a trabajar.
--Pero, si hemos cerrado, yo mismo se lo comuniqué ayer y le di el finiquito.
Se quedó en blanco, sin decir nada, anonadado por la noticia.
En ese momento sonó el despertador. Se había vuelto a dormir. Encharcado en sudor y con desasosiego miró el reloj. Eran ya las ocho y cuarto, hoy por primera vez llegaría tarde a la oficina. Una pesadilla tremenda, pero una pesadilla, ¡menos mal!
En la mesilla de noche todavía quedaba la causa de su sueño. Un libro, “La vida es sueño”, que le había tenido despierto, leyéndolo, hasta las tantas.
No hay nada más peligroso que soñar soñando, pensó.
Más sueños en casa de Teresa
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Juntando letras: un placer
El amigo Gustavo nos ha puesto como tarea juevera de esta semana, escribir sobre el título del blog. Y así lo he hecho.
Qerida familia:
Esta es mi primera carta. Lo e consegido. Se que no esta bien escrita pero perdonarme. Nunca abia escrito ninguna. Y aora me doi cuenta de lo qe me e perdido.
Es un placer poder guntar letras para decir algo. Un placer qe no abia tenido ocasion de conocer. Al final e podido consegirlo y malegro. Mayudado mi amigo Nico qes maestro y a tenido mucha paziencia.
E aprendido para despedirme. Por que esta es mi primera y mi ultima carta. A penas os veo y no queria irme sin deciros a dios. Vosotros fuisteis todo para mi y queria deciroslo y daros las gracias.
A mis ochenta y cinco añios me a costado aprender pero lo e conseguido. Antes de morir, os puedo degar por escrito algo que no borrara el tiempo: Os qiero mucho a todos. Gracias por aberme soportado.
Aurelia
Esta carta fue encontrada en la mesilla de una habitación de un asilo, cuando Doña Aurelia, así la conocían todos, acababa de morir. En el sobre, ponía a quién iba dirigido:
A mis ijos, a los qe no veo desde ace añios
Más relatos sobre los títulos de los blogs jueveros en casa de Gustavo, alias Juliano el Apóstata
jueves, 13 de diciembre de 2012
¡Se vende!
Siguiendo la consigna de este jueves, este relato ha sido escrito a cuatro manos, Rafa y Gaby, uniendo orillas e imaginación.
"Están vendiendo el amor y la alegría
lo anuncian con luces de mercurio
y una música miente
la fabulosa leyenda
de lo eterno.
He de entrar,
y si queda aún, me llevaré
un metro de amor y un par de risas"
(Jorge Arbeleche)
No sabía bien si por ingenuidad o necesidad, seguía buscando esa tienda milagrosa donde se compra lo inmaterial. Nada de artefactos ni tecnicismos, nada manual ni artesanal, a veces es el alma la que precisa ser obsequiada con un puñado de razones y un retazo de aliento, y si es posible, con aire del mar.
Las calles tan grises, iban cobrando matices de la tarde -una tarde que se desprendía del cielo con destellos y fulgores. El andar cansino parecía teñirse de cierto optimismo y la mirada se iba reanimando al dejarse llevar por las vidrieras de los comercios, presintiendo tal vez, que llegaría al dichoso escaparate que pusiera fin a mi búsqueda. Y allí le vi... con el cartel de "SE VENDE"... Sin dudas hay emociones que no tienen precio.
Tuve un momento de dudas. Me encontraba parado en la puerta. Mis piernas estaban totalmente inmóviles, mi cerebro no era capaz de ordenar qué debían hacer.
Conseguí entrar a duras penas. Y pude ver lo que allá había. A un lado, ánforas blancas con carteles pequeños donde se podía leer: Paciencia, Emoción, Amor, Solidaridad, Felicidad. Al otro, vasijas anchas de color negro con rótulos chicos: Envidia, Odio, Desesperación, Desventura, Egoísmo.
Y al fondo un mostrador con un dependiente. Me acerqué y le pregunté el precio.
Todo costaba lo mismo, un gramo valía un día de vida, pero la compra de cualquier elemento de las ánforas blancas llevaba consigo, obligatoriamente, la misma cantidad de las vasijas negras. Esa era la oferta explicaba el empleado. Una venta justa, me dijo.
Siempre recordaré ese sueño. Me hizo comprender tantas cosas…
Rafa y Gaby
Otros relatos “se vende” a cuatro manos en casa de San
jueves, 29 de noviembre de 2012
A la luz de una vela
Era un fiesta espléndida. Había gente de toda clase y condición. Seríamos unas cuarenta personas. Sonaba música de los noventa, rock de los noventa. Yo había bailado toda la tarde y, cansado, me senté en un sofá. A mi lado había una mujer rubia, preciosa, que me saludó y me miró fijamente.
Fue entonces cuando se fue la luz. No me extrañó. Había una tormenta fuera y se podían escuchar los truenos. Una casa de campo es frágil, la luz se va fácilmente. Así es como la casa se quedó a oscuras.
Noté que me acariciaba la mano. Suave y con cariño. Luego se acercó, rozándome con sus piernas. La quise imaginar. Apenas la había visto, y la quería recordar. Sí, era bella, ojos azules, color castaño claro, una blusa marrón, los labios pintados de color violeta. Trataba de rehacer su imagen en mi memoria, mientras sentía que me acariciaba la cara y me pasaba la mano por el contorno de mis labios. Yo me dejaba hacer. Estaba a punto de estallar y de abalanzarme sobre ella, cuando alguien encendió una vela.
Pude ver la figura de un hombre a mi lado. Moreno, me miraba sin pestañear, con deseo. Estaba junto a mí y me tenía cogida la mano. Me levanté asustado. Y, vergonzosamente excitado, me marché deprisa.
Luego, más tranquilo, reflexioné y pensé en que podía haber terminado aquello, sin esa luz de la vela o a la luz de aquella vela, quién sabe.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Arte paralelo
No recordaba como había empezado la cosa, pero llevaba haciéndolo desde hacía más de treinta años. Al principio lo practicaba con algunos amigos y amigas, luego también solo. Le decían que era aburrido, que no podían comprenderlo, pero él continuaba.
Y así muchos años, casi a diario. Ya no podía vivir sin practicarlo. Era algo que necesitaba, que le faltaba cuando no lo hacía. En esos momentos sentía subir la adrenalina y podía pensar y reflexionar mejor sobre cualquier cosa. Durante su práctica le habían surgido las mejores ideas, las soluciones a sus problemas. Entendía lo que antes le había sido incomprensible. Razonaba como no lo hacía normalmente. Salía de un mundo para entrar en otro.
Sin saber cómo, se había convertido en su droga. Era su arte paralelo (lo de arte es mucho decir). Y le gustaba. Así es que, todos los días, en invierno o en verano, con lluvia o viento, con calor o nieve, no se lo pensaba. Se ponía el calzón, la camiseta y las zapatillas, y salía a correr. No era una cuestión competitiva, era simplemente vital. Su tiempo mejor aprovechado. Era su momento ‘reset’. Mientras que se lo permitiera la salud, seguiría corriendo, estaba voluntariamente enganchado, y eso que nunca se había dopado. Necesitaba reiniciarse todos los días.
Más artes paralelos y aficiones en casa de Gastón
jueves, 15 de noviembre de 2012
Una de tres: La tragedia de la marioneta
No conseguía encontrar la razón. Había hecho todo lo posible por caminar por los cauces establecidos. Cumplió con todas sus obligaciones. Siempre aceptó lo que su mujer le impuso. Pagó todos sus impuestos, siguió al pie de la letra todas las normas y leyes, nunca le pusieron multas. Era un ciudadano ejemplar.
En el trabajo había sido cumplidor. Siempre hizo todo lo que le ordenaron. Sus jefes sabían que se podía contar con él. Trabajador, disponible y obediente. ¿Qué más podían pedir? ¿No era suficiente? Era un empleado ejemplar.
Pero llegó la crisis, una crisis imparable, agresiva, violenta, capaz de llevarse todo por delante. Y la empresa tuvo que prescindir de algunos trabajadores. Le llamó el director y le agradeció los servicios prestados, al tiempo que le entregaba su carta de despido. ¿Por qué él?
En su casa, todo cambió. Por problemas económicos ya no podía decir siempre sí a su mujer. Y ésta se cansó y le abandonó. Hacienda le mandó un escrito en el que le multaba porque su declaración anual tenía un error. Él juró y perjuró que había sido una equivocación involuntaria. Pero dio igual.
Su destino había girado ciento ochenta grados. ¿De qué le había servido ser honesto con su país, obediente en su empresa y complaciente con su mujer? De nada.
Y, entonces se dio cuenta de que en su trabajo le habían despedido porque sabían que no iba a protestar. Que en Hacienda sólo obtienen amnistía los ricos. Que había sido un calzonazos y que su mujer nunca le quiso, salvo porque siempre le daba todo lo que deseaba.
Era tarde, pero entendió que se había equivocado. Ahora comprendía por qué sus compañeros, sus amigos, su gente, le llamaban el Marioneta.
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