Viví, sirviendo a Fray Toribio. En el castillo, además del Conde y su familia, bella mujer e hijos ilustres, que habitaban en un palacio, había una iglesia pequeña que cubría las necesidades espirituales del lugar.
A mí, se ve que me abandonaron de pequeño, en la puerta de esa iglesia, y fue Fray Toribio quien me vio y me recogió. Apenas tuve seis años empecé a servirle. Yo pretendía aprender a leer y escribir y ser como él, persona instruida, pero siempre se excusaba, no tenía tiempo para enseñarme y además, me decía que los villanos no necesitaban de la lectura y de los conocimientos, que simplemente por el hecho de ser villano se entendía que los placeres eran mundanos y nada tenían que ver con los gozos que nutren el espíritu.
Así es que, me he pasado hasta hoy, que cumplo treinta años, ayudando a este fraile en sus oficios y en todo lo demás. He sido sacristán y monaguillo, cocinero y sirviente, y en mi tiempo libre, que poco me quedaba, me tocaba cuidar de la huerta, puesto que los frailes y gente de alcurnia no se dedican a menesteres menores.
Pegarme y maltratarme era una afición de mi amo, cualquier excusa era buena para demostrarme que si vivía era gracias a él, y que le debía todo. Un día encontré a una bella moza y allá, en un rincón de la iglesia, empecé a tontear con ella, quien me entregó su prenda, con gran alborozo por mi parte. Pero mira por dónde, nos descubrió el fraile y me dijo que me apartara, que él tenía que cobrar el diezmo de la moza y terminar la faena. Y me dejo con un palmo de narices y de lo otro.
Después de terminar, me dio una paliza, y no fue porque hubiera fornicado –aunque hubiera sido a medias—, sino porque no le había llamado para pagarle el diezmo. Desde entonces, cada vez que vuelvo a las andadas, llamo al fraile para que se cobre su parte, no vaya a ser que me vuelva a pillar, y le tengo miedo porque me advirtió de que si se lo volvía a ocultar, me mataría a palos.
No me parece justo, así es que el otro día me atreví, me acerqué al prostíbulo y entré, allí pedí que Mariana me acompañara, después de pagarle con una moneda de plata que le robe a mi amo. Se trataba de una prostituta que me había recomendado mi amigo Luciano, para el caso. Me la llevé a la Iglesia, la desnudé y llamé a Fray Toribio, cuya edad, ya provecta, no le impedía tener deseos carnales. Mi amo al ver una mujer desnuda, hizo lo de siempre, o sea rematar la faena, para cobrarse el diezmo.
Hoy, le hemos enterrado, ¡pobre fraile! Se me olvidaba decir que Mariana tenía una enfermedad venérea grave, cuya transmisión provocaba la muerte. Es lo que tiene querer el diezmo siempre, sin revisar primero la calidad del producto que se cobra.
Más historias medievales y sobre castillos, este jueves, en casa de Teresa
¡Jajaja, qué delicia de texto, Rafa!
ResponderEliminarun abrazo.
Qué bueno! no quería diezmo? Pues tuvo diezmo, se lo había ganado a pulso...desde luego que en nombre de la iglesia se cometieron/cometen tropelías a destajo.
ResponderEliminarUn beso
Relato que parece inspirado en la mejor tradición de la novela picaresca. Bien merecido lo tiene el fraile por exigir el diezmo tambien en los asuntos de la carne. Y carne tuvo, claro que sí, carne putrefacta e infecciosa,pero carne al fin y al cabo. Justo final para una licenciosa vida alejada de los preceptos religiosos que deberían regirla.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buenísimo.
ResponderEliminarMe pregunto cómo se arreglaban para calcular el diezmo, supongo que como siempre lo calculaba el cura que se quedaba con todo y el otro... con hambre, nunca mejor dicho.
Al final recibió el ciento por uno, una buena lección.
Es genial, me encanta como escribes.
Bicos
Aaaaaah, genial! Así me gusta, palo a las sotanas! Bravo! Unas risas me hacían falta, Rafa. Quedas enlazado de por vida a mis blogs amigos! Y yo sin enterarme de tu existencia, no tengo perdón!
ResponderEliminarUn abrazo y un café. Gracias.
ando leyendo al señor pérez reverte en aquello de corsarios de levante...pues bien, considero que al fraile este de los cataplines bien que le hubiera hecho falta los consejos que le dan al prota del libro que leo...es decir, mira no te andes con mujeres de las que para obtener sus carnes se ha de pagar, por que puede suceder que alcances a coger lo que aun no tienes..lástima que este libro sea del siglo 21 y el fraile ese del medievo...jajajja
ResponderEliminarme encantó, rafa...
medio beso.
Bien merecido lo tenía el desgraciado!...y pobre Mariana, ha debido ser su sacrificio el medio para que se hiciera algo de "justicia".
ResponderEliminarun abrazo Rafa!
No podía faltar un fraile de esta calaña en nuestra semana huevera literaria. Me ha encantado leerte. Estupendo.
ResponderEliminarbesitos
Muy bueno, has relatado estupendamente esa injusticia histórica que era el nacer para amo o vasallo, esa discriminación por razón de cuna, ese ánimo de algunos por someter a quien creyera sometible. Y la lógica reacción del vasallo.
ResponderEliminarLo disfruté.
Abrazos.
Leía y recordaba al lazarillo en parte, sobre todo por el derecho, para mi gusto esclavista, que se tenían sobre los vasallos. Me ha gustado porque reflejas los pilares de la sociedad medieval, la Iglesia y el vasallaje y !como no! la picaresca...
ResponderEliminarUn beso
jejeje al fin justo merecido se llevo el fraile glotón y avasador. Cobrar cobró el como quedó.....
ResponderEliminarUn relato geníal Rafa.
Un abrazo.
Buenisimo Rafa! Despues de haber contado con los infaltables caballeros de armaduras, los moros acostumbrados, los mendigos, los labriegos, los romances y las iniquidades me estaba faltando al clero y sus prácticas non sanctas. Ahora sí, ya me puedo ir a dormir tranquila y con una sonrisa en la cara gracias a tu texto!
ResponderEliminarAbrazo