miércoles, 31 de octubre de 2012

Halloblogween 2012

Halloblogween.2012

El día de los Muertos

Dicen que todos los días uno de noviembre se acercaba al cementerio. Y que caminaba por él, en busca de dos o tres  lápidas. Se paraba delante de  una y depositaba un ramo de crisantemos y de rosas rojas. Después de arrodillarse y rezar durante unos minutos, se levantaba y seguía su camino, hasta la siguiente.

Había gente que lo veía venir, año tras años, y que se extrañaba de que cada año eligiera distintas lápidas para depositar sus flores. Unos decían que era un loco. Otros pensaban que cumplía una promesa. Algunos creían que era una especie de recadero de los que no podían visitar ese día el lugar, y querían dejar su homenaje a alguna persona querida.

Pasaron más de treinta años y la ceremonia se repetía. Y llegó un día en que los asiduos al cementerio lo echaron de menos. ¿Qué habría pasado? ¿Estaría enfermo? ¿Se habría ido de la ciudad?

Ese año vieron a mucha gente que llevaba una calabaza en la cabeza dirigirse hacia la zona nueva del cementerio. Un curioso les siguió y llegó hasta una tumba. Se abrió paso entre varios de los disfrazados y pudo leer el epitafio:

Aquí yace quien honró a sus muertos. Los maté pero los recé.

Fui un criminal con corazón. Hoy me ha llegado la hora.

Espero que ellos me devuelvan la visita.

Y en una hoja de periódico plastificada, pegada a la lápida, se podía leer este titular:

Ha fallecido Francisco García Rodríguez, conocido como “El Halloween”, presunto jefe de la mafia local, a quien se le atribuye decenas de asesinatos.

 

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jueves, 25 de octubre de 2012

Colores

colores

Sentía los colores de forma especial. El verde de los prados y campos, y de muchos mares. Era capaz de percibir el azul del firmamento despejado y del Mediterráneo. Ese rojo amapola y de sangre de toro. El amarillo que desprende el sol con el que riega los montes. El blanco de la nieve y de la leche, y el gris de los otoños lluviosos.

Se había dedicado toda su vida a descubrirlos. Y lo había conseguido. Hoy podía reconocer la alegría o la tristeza por el color que percibía. Fueron muchos años de estudio, de amor a los colores, pero estaba satisfecho, había llegado a las entrañas del arco iris.

Bastaba que alguien le describiera el color matizado de cualquier ser vivo para descubrir si estaba enfermo o sano, si necesitaba de algún remedio o no. Su destreza le hacía pasar por un decorador adelantado, siempre era capaz de aconsejar, con acierto, qué colores deberían dominar en una estancia, en una fachada de una casa o en un parque de la ciudad.

Era considerado un experto. Y todo lo debía al estudio y la intuición, y a su interés. Había traspasado el mundo de los sentidos y había aprendido a dominar y a amar los colores, a pesar de su ceguera.

 

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jueves, 18 de octubre de 2012

De libros

libroelectronico

Sus hijos le regalaron un lector electrónico de libros. Le dijeron que era lo mejor para un lector compulsivo como él. Tenía aplicaciones que superaban con creces la simple lectura. Diccionario, posibilidad de subrayar o de tomar notas, y sobre todo ahorro de espacio. Un espacio que ocupan los libros de papel. Una maravilla. La posibilidad de tener más de mil libros en un formato de 17 x 11 x 0,8. ¿Se puede mejorar?

Todo eran ventajas. Así es que el buen hombre decidió aprender a manejar el artefacto. Fácil, era increíblemente fácil. Tipos de letra distintos, más comprensibles, cuerpo mayor que facilitaba la lectura, y a leer.

El lector venia con 50 libros clásicos. Así es que sin más dilación, se dispuso a utilizarlo. Estaba encantado. Eligió La Regenta. Hacía tiempo que quería releerla. Y empezó con avidez. Le pareció maravilloso. Era magia, un pequeño rectángulo que podía contener la ilusión de cientos de libros. Se leía bien. Un invento útil. ¡Una maravilla!

Apenas llevaba cuatro páginas y Vetusta le pareció distinta, y la novela, otra novela. Le faltaba algo. Recordaba el tacto de los libros de papel, esas hojas que se resisten a que las pasemos, y, ese olor de libro recién abierto ¿dónde estaba? Empezó a pensar en la edición de 1930 que tenía en su librería, con pastas duras y con hojas deterioradas. Y se paró. Trato de abrazar ese artefacto pero no sintió nada. Era frío. Y se dio cuenta.

Dejó el lector en la mesilla y se dirigió a la biblioteca. De allí arranco el ejemplar de La Regenta y lo abrazó. Lo olió y lo toco. Y empezó a leer, con lágrimas en los ojos:

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte…

 

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